jueves, 19 de febrero de 2015

Comenzó la Cuaresma

Un rigor no difícil de cumplir

El Ayuno en la Cuaresma


Atención a viejitas DIF Tlaq


Cardenal Juan Sandoval Íñiguez

Arzobispo Emérito de Guadalajara


Comienza el Tiempo de Cuaresma, un lapso de preparación para la Pascua, en el que celebramos los culminantes Misterios de nuestra Salvación: la Muerte y Resurrección de Cristo Nuestro Señor, con los cuales vence, el que cree, a sus enemigos irreconciliables: el pecado y la muerte. La tarea principal de la Cuaresma es la conversión a Dios, escuchando su Palabra, practicando la moderación y el Ayuno; pero, sobre todo, llevando a cabo obras de caridad.


Prioridades a entender

En lo que se refiere al Ayuno y la mortificación corporal, la Iglesia no hace demasiado énfasis. Más bien, exige poco: apenas dos Ayunos con abstinencia, el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, además de las vigilias (no comer carne) de todos los Viernes de la Cuaresma. En ello, se sigue fielmente a Cristo, quien consideró más importante escuchar su Palabra para convertirse, que el ayuno corporal, según respuesta a quienes preguntaron por qué sus discípulos no ayunaban como los discípulos de los fariseos, a lo cual Juan el Bautista contestó: “¿Cómo van a ayunar mientras está con ellos el Esposo?” (Cf Mc. 2, 18-22).

Los Profetas de Israel insistieron más en abstenerse de vicios y de injusticias que en las penitencias corporales y los ayunos; el Profeta Isaías, por ejemplo, reprueba acremente a aquéllos que el día en que ayunan hacen negocios ilícitos, explotan a los trabajadores o riñen y maltratan al prójimo. De parte de Dios, les reconviene: “El ayuno que Yo quiero, dice el Señor, es que rompas las cadenas injustas y quites los yugos opresores… que compartas tu pan con el hambriento y abras tu casa al pobre sin techo; que vistas al desnudo y no des la espalda a tu prójimo. Entonces brillará tu luz como la aurora, y cicatrizarán de prisa tus heridas” (Is. 58, 1-8).


Una mano a los necesitados
Desde los orígenes de la Iglesia, el Ayuno de los cristianos se relacionó siempre con la ayuda a los pobres, pues consistía en privarse de gastar y en ahorrar para dar de comer a los que casi a diario ayunan; se tenía presente, en esto, el “Mandamiento principal”, que no es ayunar, sino amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos.

Ahora bien, socorrer al pobre en sus necesidades es amarlo de verdad; lo demás son meras palabras. No debemos olvidar que Dios toma, como hecho a Sí mismo, lo que hacemos a nuestro prójimo, y por eso perdona generosamente a los que comparten sus bienes con los necesitados. La limosna borra la muchedumbre de los pecados, y si socorres al huérfano y a la viuda, aunque tus pecados sean rojos como la grana, quedarán blancos como la nieve (Cf Is. 1, 18).

Es realmente muy poca la mortificación corporal y el Ayuno que la Iglesia nos impone como obligación en la Cuaresma; sin embargo, algunos le dan la vuelta total y hacen de la Cuaresma el tiempo de disfrutar comiendo pescados y mariscos caros, y hacen de la Semana Santa el tiempo de gozar de placenteras vacaciones, creyendo que con esto se irán al Cielo. La Iglesia nos recomienda moderación en comidas, bebidas y diversiones durante la Cuaresma para fortalecer la voluntad mediante el dominio de uno mismo, y para ahorrar gastos que han de ser destinados a socorrer a los pobres en sus necesidades.

Lo que en verdad ayuda a la conversión y a acercarse al Dios de la Salvación es el amor al prójimo, concretado en la limosna y la fraterna ayuda; en el dejar de robar, de explotar al prójimo, de maltratar al débil y de aprovecharse del ignorante para despojarlo.

¡No hay que olvidar que en el pobre está Cristo, que nos ha de juzgar!


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