¿Ya ganó definitivamente el urbanismo?
Luis de la Torre Ruiz
México, D.F.
El Padre “Chayo” (José Rosario Ramírez Mercado) es un enamorado fiel de la Provincia. Cada vez que nos vemos, tiene una expresión elogiosa hacia lo provinciano y gusta de traer a la plática el librito de Eduardo Vela del Real, “Relatos de hojarasca”, publicado por la Editorial Amate, y en cuyo Prólogo el autor dice: “Yo podría escribir un libro gordo con los recuerdos que tengo de mis treinta y cinco años que pasé en aquellas Barrancas de Alqueztán, Ocota y la Hacienda de La Guásima, pero no alcanzaría a llenar tres cuartillas con lo poco que tengo qué recordar de lo vivido en la Ciudad de México en otros treinta y cinco años”.
Ese librito es un relicario de vida campirana. Se oye el mugido del ganado, las pisadas de la remuda y el crujir de la hojarasca, el ulular del viento en los hondos robledales y, sobre todo, la alegría del trabajo duro de toda una vida como la de don Eduardo Vela del Real, un hombre de bien. Su lectura corre como un arroyo cristalino.
Características entrañables
Y es que la Provincia es el alma, lo profundo del alma de la Patria. En ella está el contacto con la Naturaleza y el más íntimo contacto con los semejantes. El ciclo de la Estaciones le da al hombre conciencia de su finitud, y el cielo estrellado de las noches, el ansia de eternidad para religarse a su Creador.
Hoy, esa alma está siendo desgarrada por la globalización y la devaluación de sus valores éticos y religiosos. El cambio, el daño, parece irreversible.
En septiembre, el Mes de la Patria, don Luis Sandoval Godoy escribió en este Semanario un nostálgico Artículo sobre la Patria revertida, la que el Poeta zacatecano Ramón López Velarde vio acribillar durante la Revolución. Una oración por esa Patria destrozada la tenemos también en un Bardo provinciano, el gran Poeta de la Lírica Religiosa, el Sacerdote jalisciense Alfredo R. Placencia Jáuregui: Hay desamparo en todo. Los hogares / están faltos de pan y están oscuros. / Dejó el soldado los nativos lares / y han allí enmudecido los cantares / y cuelgan las tristezas de sus muros.
Por más bellos que sean los versos velardianos que cita nuestro apreciable Escritor de lo provinciano, y por más desoladores los versos del jalostotitlense, lo que más pega es la evidencia del destrozo. Pero todavía hay algo más doloroso: aquel ataque violento dejó tan sólo herida de gravedad a la indefensa Provincia, que en algo se fue recuperando hasta la mitad del siglo pasado; sin embargo, actualmente, a partir de ese momento, de esa mitad de siglo, la Provincia Mexicana empezó a enfermar, no sé hasta qué punto, de un mal terminal como el cáncer, el sida o el ébola. Si no ha muerto, está agónica.
Un canto a la desolación
Faltaría un Poeta terrible para tener en versos una imagen de esta depredación. Y es el Estado el principal asesino. Su sectaria Revolución, su abandono del campo con lo que se inicia, ya no la emigración, sino el éxodo del campesino hacia el sueño del dólar. Y el regreso del migrante, con ideas más que exóticas, trastornadoras, materialistas, desarraigadas. La proliferación de las sectas evangélicas y la pasividad de nuestros Curas de aldea para mantener unidad y conocimiento de nuestra Fe.
Y a esas fallas vienen a agregarse lacras imposibles de erradicar, como la corrupción de Munícipes torpes e ignorantes, el apocalíptico narcotráfico y el crimen desorganizado. Y todavía más: la comercialización de la vida arrastrando chatarra, basura y fealdad, metiendo en un solo molde la identidad de pueblo por pueblo.
¿Quién demonios fraguó este desastre?… ¡Porque es cosa de demonios! ¿Acaso ha sido planificado? Porque la deformación está resultando perfecta. Y no es un decir nostálgico de que todo tiempo pasado fue mejor. No. Estamos ante una realidad que entristece y avergüenza. Una realidad que le importa poco a esa especie inconsciente que forma la clase política y es secundada por una población cautiva que se afana por salir adelante, a como dé lugar, metida en sus automóviles, celulares y otros aparatos que no sueltan de sus manos. Pero ya ni llorar es bueno. Digamos adiós a un pasado reciente que emanaba bondad, armonía y gusto por vivir.
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