jueves, 5 de febrero de 2015

Vivir para servir

Juan López Vergara


El Santo Evangelio que nuestra Madre Iglesia celebra hoy, presenta el pasaje del milagro de la suegra de Pedro, quien al verse curada por Jesús se transformó en una persona que mediante el servicio dio testimonio de su Fe; y, también, una excelsa narración, revelatoria del corazón misionero de Jesús, que dedicó su vida a evangelizar con palabras y gestos (Mc 1, 29-39).


Un recuerdo muy vivo

Después de que Jesús salió de la Sinagoga en compañía de Santiago y Juan, fue a casa de Simón y Andrés. Le informaron que la suegra de Simón estaba enferma (véanse vv. 29-30). Jesús se “acercó, y tomándola de la mano, la levantó. En ese momento se le quitó la fiebre y se puso a servirles” (v. 31). Dentro de su sencillez, el relato es muy vivo; parece como si escucháramos a los testigos oculares (¿acaso al propio Pedro?) Ningún otro relato de Marcos suena tanto a recuerdo lejano y próximo a la vez.


¡Nobleza obliga!

El gesto transmitido por el contacto de la mano entraña una profunda carga simbólica que nos hace pensar en la oración del Salmista: “Tu diestra me sostiene” (Sal 63, 9). El verbo “levantar” en el lenguaje de las comunidades cristianas evocaba la resurrección. El milagro no tiene objetivo apologético, cuanto valor de revelación.

El Poder de Jesús nos levanta de nuestra postración al manifestarnos la verdadera libertad, gracias a la cual somos capaces de servir. El Evangelista destaca que, al ser sanada, la suegra se dedicó a servirlos, mostrando su actitud como un voto de gratitud al Señor, dando así vida a aquello que reza: ¡Nobleza obliga!


El anhelo misionero

de Jesús

Después, vemos un texto descriptivo de las curaciones y exorcismos dispensados por Jesús, quien prohibió a los demonios publicar su Misterio (véanse vv. 32-34). Los demonios conocían quién es Jesús, pero no hubieran sabido decir cómo realizaría su Misión. El Señor, enseguida, se retiró para encontrarse más íntimamente con su Padre: “Cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar” (v. 35). Al encontrarlo, Simón y sus hermanos le participaron que todos lo buscaban (véanse v. 36-37). Jesús, entonces, dijo: “Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido” (v. 38). El Señor se muestra contrario a cualquier acaparamiento, y huye de toda posible instrumentalización de los designios del Padre.

La oración es el momento en que Jesús adopta resoluciones decisivas. El texto griego dice: “Para eso he salido”. Jesús “salió” del Padre para ser portador de la Buena Nueva (compárese Jn 8, 42). El verbo “salir” sugiere la apertura del Señor Jesús, su absoluta disponibilidad y anhelo misionero.

San Marcos termina con una frase sumaria, que asegura que Jesús se decidió a abolir cualquier clase de fronteras, y por eso “recorrió toda Galilea, predicando en las Sinagogas y expulsando los demonios” (v. 39). Enseñando, por consiguiente, que quien no vive para servir, no sirve para vivir.


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