jueves, 26 de febrero de 2015

La tentación de no sentirnos amados por Dios

Cardenal José Francisco Robles Ortega,

Arzobispo de Guadalajara


Hermanas, hermanos:


Hace unos días que inició la Cuaresma, y recibimos la imposición de la ceniza sobre nuestras cabezas. ¿Y saben lo que sugiere y a qué nos compromete este signo? Sugiere que Cristo toca fuertemente a nuestras puertas para que le abramos y experimentemos su Amor, perdón y misericordia.

Atravesamos una época en que parece que ya no hay lugar para Dios, y no sólo porque nosotros nos hayamos olvidado de Él, sino porque, en ocasiones, nos da la impresión de que hace mucho tiempo Él se olvidó de nosotros. Pero esto no es así; Dios es Amor y Bondad, Él está aquí, aunque nosotros no nos demos cuenta.

La Cuaresma se nos ofrece como un tiempo propicio y oportuno para que paremos ese ritmo alocado de vida que solemos llevar, y nos demos una oportunidad de encontrar y conocer más a Dios.

Vivimos en este mundo como en un desierto, donde se nos puede manifestar Dios, pero también puede tentarnos el Maligno. ¿Saben cuál es la tentación más grande con que puede tentarnos el enemigo en nuestra vida? La tentación más grande es que dudemos de Dios como nuestro Padre, y que no nos tiene en cuenta.

¿Saben qué es lo único que puede librarnos de la tentación del Maligno en el desierto de la vida?: la escucha atenta de la Palabra de Dios. Por eso, la Cuaresma es un lapso especial para que le bajemos al volumen a tantas palabras humanas, a tantas opiniones y a tantas locuras que escuchamos. Es tiempo apto para que bajemos el volumen a las voces humanas y dejemos que Dios nos hable para no caer en las tentaciones del Demonio.

Escuchemos aún más esta Palabra en la Cuaresma, y obedezcamos las indicaciones del Espíritu Santo, para que, al final de este largo camino, lleguemos a la Pascua verdaderamente renovados, como hombres nuevos que enterramos la maldad en el Sepulcro de Cristo para resucitar con Él a una nueva vida, más digna, más libre, más en paz, feliz, y en fraternidad con nuestros hermanos.

Es hora de sepultar el egoísmo que nos mata, que nos daña y que nos causa vacío y desilusión, tanto a nosotros como a nuestros seres queridos con quienes compartimos nuestra existencia.

Hermanas, hermanos, recordemos que el Señor ha tocado a nuestras puertas en esta Cuaresma, para que le abramos y lo dejemos entrar a nuestro corazón. Pidámosle que no nos deje caer en la tentación de dudar del Amor infinito de Dios Nuestro Padre.


Yo les bendigo en el nombre del Padre,

y del Hijo y del Espíritu Santo.


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