Juan López Vergara
Nuestra Madre Iglesia ofrece hoy un pasaje del Evangelio que nos permite vislumbrar el Misterio de Jesucristo, el Hijo de Dios, a quien Satanás tentara, porque habiendo asumido la condición humana, hubo de vivir la prueba que conduce a la Salvación. Y también presenta un esbozo de los elementos fundamentales de su novedosa y liberadora propuesta (Mc 1, 12-15).
El Mal tiene diversos rostros
En el relato, leemos que “el Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto, donde permaneció cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivió allí entre animales salvajes, y los Ángeles le servían” (vv. 12-13). Para Marcos, el “desierto” es el lugar de encuentro con Dios (compárese 1, 35), y también morada de los poderes malignos. La expresión “cuarenta días” recuerda el tiempo de la opresión y del camino de salvación (compárese Ex 34, 28). El Mal, ciertamente, tiene muchos rostros, pero una coherencia interior hace pensar en un ser personal que se llama Satanás: el adversario, quien tentó a Jesús.
No acepta jugar con ventaja
La condición mesiánica de Jesús y su filiación divina no lo sustraen de la historia humana y, consiguientemente, de sus pruebas y sufrimientos. Jesús superó la prueba. La convivencia pacífica con animales salvajes evoca el ideal mesiánico (compárese Is 11, 6-9), y los Ángeles al servicio de Jesús simbolizan la protección divina (compárese Sal 91, 11-13).
Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios, no acepta jugar con ventaja y asume los rasgos insólitos de la debilidad, la prueba y el sufrimiento, porque “no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, ya que ha sido probado en todo como nosotros, excepto en el pecado” (Hb 4, 15).
Desear con el deseo de Dios
San Marcos, enseguida, hace una anotación histórica: “Después de que arrestaron a Juan el Bautista, Jesús se fue a Galilea para predicar el Evangelio de Dios” (v. 14). Jesús es el Portador del “Evangelio de Dios”, cuya verdad entraña un acto creador, el nacimiento de una nueva conciencia, que reposa en el poder liberador del Anuncio: “Se ha cumplido el tiempo, y el Reino de Dios ya está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio” (v. 15). El Reino es la manifestación del Amor de Dios, que nos exhorta a renacer a su Palabra.
En este tiempo fuerte de Cuaresma aprovechemos la oportunidad de convertirnos; esto es: desear con el deseo de Dios, a quien rogamos: “Haznos volver a Ti, Yahvé, y volveremos. Renueva nuestros días como antaño” (Lm 5, 21); desear con el deseo de Dios, quien “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la Verdad” (I Tm 2, 4); desear con el deseo de Dios, personificado en plenitud en su Hijo, Jesús, quien asegura, “No todo el que me diga: ‘¡Señor, Señor!’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre, que está en los Cielos’” (Mt 7, 21). En fin, desear con el deseo de Dios, como enseña el Papa Francisco, implica “proclamar el Evangelio de la alegría y la misericordia” (Véase Semanario, 11/Enero/2015, Pág. 4).
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