Una grata remembranza
Luis de la Torre Ruiz
México, D.F.
Leyendo un ejemplar de Semanario, me encontré con un anuncio sobre la publicación “El Amiguito”, que lleva en su portada la figurita de Cristo en forma de cómic, intencionalmente dirigida a un público infantil. Me llamó la atención porque trajo a mi memoria un curioso detalle en mi vida que me empujó a desarrollar mis facultades para el Dibujo y, en parte, a sellar mi destino como ilustrador y caricaturista.
Los avatares del tiempo
La anécdota es muy sencilla: mi padre quería hacer de mí un comerciante y me traía como abonero en las vecindades del Barrio de Analco, donde él colocaba cortes de tela, para cobrarlos en abonos.
Yo me resistía a aquel oficio, pero obedecía, como se usaba antes, al pie de la letra de lo que dijera el papá. Su muerte prematura me dejó a cargo del “negocio” y de la familia, sin otra opción para llevar el gasto a la casa. Cada jornada de trabajo me dejaba agotado, no tanto física, cuanto mentalmente. Yo aborrecía ser comerciante, pero como ni siquiera había terminado la Primaria, no tenía otra opción de subsistencia.
Una de aquellas tardes sudorosas, de pleno sol, cargando un altero de cortes de tela y un fajo de tarjetas donde se apuntaban los abonos, exhausto, al pasar por el Templo de San José de Analco, sentí la tentación de entrar, no mucho por devoción sino más bien por la sombra y el silencio del templo como descanso.
Estaba sentado en una de las bancas, cuando vino hacia mí el Párroco y me entregó, con una sonrisa, un periodiquito semanal de ocho páginas, tamaño media carta, titulado “El Amiguito”. Yo me quedé hojeándolo y leyéndolo, pero lo que capturó mi atención fueron unas viñetas que me parecieron mal hechas. No sé por qué clase de impulso me fui a buscar al Padre a la sacristía para decirle si quería que le hiciera aquellas viñetas. Él se sorprendió gratamente y me dijo que con todo gusto, a la vez que me entregaba un breve texto para ilustrar.
Luis de la Torre, Colaborador de Semanario, es Premio Nacional de Periodismo por su larga y valiosa trayectoria como Cartonista del Periódico Excelsior.
Felices coincidencias
Cuando vi mis primeros dibujos publicados en aquel medio que, como quiera que sea, tenía un tiraje de sesenta mil ejemplares para ser distribuidos en todas las Parroquias de la Arquidiócesis, experimenté la magia de la Comunicación. Mis dibujos eran vistos por miles y miles de niños y adolescentes.
Aquella relación me trajo una bella amistad con el Párroco, que era el Canónigo José de Alba, de las familias De Alba, de Encarnación de Díaz. Su hermano, una persona callada, seria, que atendía la imprenta donde se imprimía “El Amiguito”, había sido cristero, asunto que para nada había qué tocar. Su hijo Pepe, sobrino del Canónigo, estudiaba en el Seminario de San Luis Potosí. No consolidó su vocación y, abandonando los estudios, entró en una corriente anarquista que lo puso frontalmente en contra de todo lo que pudiera ser cristero o católico. De todo hay en la viña del Señor. Su enfrentamiento con el Canónigo fue frontal, pero el Sacerdote fue, para mí, un bondadoso amigo que me estimuló para que fuera a pedir trabajo como dibujante en alguna Agencia de Publicidad o Departamento de Dibujo.
Así me decidí a ir a solicitar chamba en una Publicidad que se anunciaba en los intermedios del cine con el nombre de “Publicidad Luis”. Don Luis Gaytán, el dueño, me atendió con amabilidad y me puso a prueba dibujando un Jorge Negrete, copiado de las carteleras cinematográficas. Le gustó el parecido que logré y la rapidez con que lo hice. Pasé la prueba. Mi sueldo inicial era de cincuenta pesos a la semana, todavía insuficientes para dejar los abonos. Don Luis, aparte de dirigir su Publicidad, tenía un turno de trabajo en el Departamento de Dibujo del Periódico El Informador. Al año renunció, dejándome en su lugar. Ahora sí tendría yo un sueldo decente y le diría adiós para siempre al comercio.
El encuentro con ese aviso de “El Amiguito” con el que me topo casualmente, removió este apartado en mi memoria, que se conserva por ahí, vívidamente, a más de sesenta años de distancia. Me congratula realmente ver la continuidad de esa publicación de un siglo para otro, en la que aparecieron por primera vez mis elementales viñetas y dibujos.
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