Pbro. Alberto Ávila Rodríguez
Los campanarios permanecen en lo alto,
pero ¡las campanas de hoy ya no convocan!
Siguen repicando con estruendo y algarabía.
Son bronces al viento.
Hay oídos…
No hay corazón que interprete;
comunicación sin regreso.
Son como sermones de predicadores
en templos vacíos,
en un desierto poblado de silencio.
Más endenantes marcaban un ritmo cristiano:
el Ángelus del alba, el del mediodía ocupado, el
del atardecer lleno de sudores,
que bordaban la jornada campesina.
También el estruendo laboral
de las primeras fábricas,
desde la torre señorial de la Parroquia.
Música que llegaba a los campos,
veredas y recodos de caminos.
Eran un pentagrama musical
que hoy pocos interpretan.
Ya no hay sacristanes diestros
en combinar el sonido de las campanas según la intención de la llamada…
Es que también se han agotado los oídos atentos a la escucha.
Hoy vivimos con otros relojes de fantasía.
Las tareas vienen dictadas
desde aparatos digitales.
Los regaños de la mujer anciana,
de la madre preocupada,
eran reclamos para volver al camino…
¿Se habrán agotado los caminos,
las madres, los oídos o los reclamos?
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