sábado, 17 de agosto de 2013

La maternidad espiritual de la Virgen María, según el Concilio Vaticano II

Madre nuestra


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Pbro. Francisco Flores Soto


El VI Domingo de Pascua, el Papa Francisco, en el rezo del Regina Coeli, oración mariana del Tiempo Pascual, dijo: “En este momento de profunda comunión en Cristo, sentimos viva entre nosotros también la presencia espiritual de la Virgen María. Una presencia materna, familiar, especialmente para ustedes que forman parte de las Hermandades. El amor a la Virgen es una de las características de la piedad popular, que pide ser valorizada y bien orientada. Por esto, los invito a meditar el último Capítulo de la Constitución del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia, la Lumen Gentium, que habla de María en el Misterio de Cristo y de la Iglesia”.


Un bello ejemplo a seguir

El Concilio en este Documento, en los Números 61 y 62, ofrece un claro primer paso en el desarrollo de la doctrina sobre la maternidad espiritual mariana, aun cuando, es cierto, algunos puntos permanecieron abiertos a mayor refinamiento. A continuación el texto: “La Santísima Virgen… como Madre del divino Redentor en la Tierra, sobre todos los demás y de una manera singular fue la generosa asociada y humilde Esclava del Señor. Ella concibió, dio a luz, y alimentó a Cristo; Ella lo presentó al Padre en el Templo, compartió los sufrimientos de su Hijo cuando murió en la Cruz. Así, de un modo totalmente singular, Ella cooperó por su obediencia, Fe, Esperanza y ardiente Caridad, en la obra del Salvador, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por esta razón es nuestra Madre en el orden de la Gracia” (LG 61).

Uno puede ver que la maternidad espiritual de María significa esencialmente una cooperación única y particular de Ella, como Madre de Dios, del Salvador, con la obra redentora de su Hijo, para restablecer la vida sobrenatural de las almas inmortales.

“Esta maternidad de María, en la economía de la Gracia, perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la Cruz, hasta la consumación perpetua de todos los elegidos… con su múltiple intercesión [Ella] continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna… Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los Títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora; lo cual, sin embargo, ha de entenderse de tal manera que no reste ni añada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador” (LG 62).


Una doble labor inagotable

Vemos, en estos dos Números, una distinción clara entre los dos períodos de tiempo de la maternidad espiritual de María: el tiempo durante el cual la Virgen cooperó con Cristo en la adquisición del tesoro de salvación, y el momento actual en el que coopera con su Hijo en la distribución de este tesoro.

El Concilio va más allá de la noción de una simple transmisión de la vida divina, para incluir también los esfuerzos especiales de la Virgen por obtener para los hombres esta misma vida divina. El resultado es que María es la Madre, no sólo de los justos que han aceptado esta vida divina, sino también de los pecadores que todavía la rechazan, pero que están destinados a recibirla, así como Cristo es el Salvador incluso de aquellos que no están de acuerdo en cooperar con Él para su salvación. Por tanto, podemos entender por qué el mismo Concilio describió a María anteriormente (Cfr. LG 54), como Madre de todos los hombres.

Ojalá sigamos la recomendación del Papa Francisco, de meditar este Documento Conciliar, y así crezcamos en la verdadera devoción mariana, que incluye el amor filial a Ella y la imitación de sus virtudes.


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