Querida Lupita:
Quiero dar mi testimonio de las cosas que Dios puede hacer cuando una persona lo deja entrar a su mente y corazón. Estuve en la VI Cruzada Matrimonial y en el IV Encuentro Provincial de Familia; tercera vez que asisto a estos eventos, porque desde hace tres años experimenté un cambio radical, pues estaba sumido en el alcoholismo, y mi familia ya no veía solución. Pero Dios me sanó. En aquella Cruzada le ofrecí mi vida y dejé el vicio para siempre, y desde entonces estoy en mi Grupo y tengo muchos años limpio. Ahora me he entregado al servicio del Señor, y al comprobar el cambio no puedo creerlo yo mismo. Acabaron los golpes y la violencia que yo llevaba a mi casa. Mi esposa y mis hijas ahora sonríen, cuando antes sólo lloraban. En esta ocasión, vi a muchos que, como yo, se entregaron a una vida nueva, pero también vi a algunos que no daban su brazo a torcer: duros de expresión y no participaban. Hubiera querido decirles que estuve así como ellos y que eso no me dejó nada bueno, pero sentí pena. Por eso me atrevo a escribirte, para que, a través de ti, des públicamente mi testimonio y comuniques a mis hermanos de lo que se están perdiendo.
Pedro.
Querido Pedro:
Me haces recordar una composición de la famosa cantautora chilena (con nacionalidad española), la Hermana Glenda: Dios, el Gran Alfarero, puede tomar nuestro barro y hacernos de nuevo.
Te agradezco infinitamente este testimonio valioso. Con gusto publicaré tu carta, pues sé que sembrarás esperanza en muchas almas. Pero, además, te pido que superes esa “pena” que sentiste y te impidió hablar. El Papa Francisco nos ha dicho, en nombre de Cristo: “No podemos ser cristianos por instantes; debemos serlo de tiempo completo, cada minuto, de cada día”. Y Cristo mismo nos convoca: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mc. 16,15).
Esa buena noticia de que Dios puede hacerte nacer de nuevo, hay que llevarla sin miedo a todas partes. El Papa Benedicto XVI nos pidió ser Testigos de Esperanza, nos dijo que aquéllos que han sido tocados y renovados por Cristo, son ya “Embajadores de la Verdad”. Tú sufriste las consecuencias de tus acciones alejadas de Dios, y hoy experimentaste en tu propia carne las maravillas de ser amado y perdonado por Él. ¡Dios no quiere que se condene el pecador, sino que se salve!
Ahora te toca prepararte para comunicar a Cristo. Comprométete a leer las Sagradas Escrituras, pero también a estudiar el Catecismo de la Iglesia Católica. Atrévete a hablar de las maravillas que Dios ha obrado en ti, recordando que, “devoción sin Doctrina, es fanatismo”.
Los bautizados tenemos una misión, tal como lo postula el Documento Lumen Gentium en su Punto 33: Con el Bautismo, el fiel empieza a participar de la misión del Pueblo de Dios. Esta dimensión apostólica del Bautismo se manifiesta de manera más plena en la Confirmación, que concluye la iniciación cristiana, y en la cual los cristianos «se comprometen mucho más, como auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la Fe con sus palabras y sus obras».
Con Fe, el miedo desmerece y, fortalecido en Jesucristo, tú puedes llevar adelante ese Mensaje que transforma vidas: ¡Él puede hacer nuevas todas las cosas!
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