jueves, 29 de agosto de 2013

El Cristo de Temaca está llorando

Jesús Padilla Cuevas


TEMACAPULIN Entrevista y paisaje 080[1]Yo ni siquiera conozco Temaca. No he gozado su panorama ni correteado en sus calles y, sin embargo, la amo desde que conocí la declaración del Padre Alfredo R. Placencia:

“Hay en la peña de Temaca un Cristo.

Yo, que su rara perfección he visto, jurar puedo que lo pintó Dios mismo con su dedo.

…Mira al Norte la peña en que hemos visto que la bendita imagen se destaca.

Si al Norte de la peña está Temaca, ¿qué le mira a Temaca tanto el Cristo?

…¿Qué tendrá en esos ojos? ¿En qué piensa? ”

¿Qué ha de mirar? Lo mismo que del Cielo siempre mira, lo mismo que pensó desde la Cruz.

Contempla el paso de la Humanidad doliente y pecadora, y viene a rociar su llovizna de misericordia.

Y cuando escucho que Temaca está sentenciada a muerte, se me estremece el alma toda, el corazón galopa desbocado, y todo el ser traga su dolor ontológico.

Recordé que en Venecia hay un puente llamado “de los suspiros”, que comunica por los aires el ala de un edificio con otro. Debe su nombre a que por él se conducía al sentenciado a muerte para su ejecución ¿Qué sentiría el infeliz al paso de ese puente? Lo que siente Temaca tras el puente de la Comisión Nacional del Agua; ése es su puente “de los suspiros”.


Paralelismos de otros lares

Mi terruño natal es también un pueblo muy chico, pero con casi 500 años de edad, fundado por indios otomíes ya cristianizados. Corre por su entraña un modesto arroyuelo que también tiene siglos de mirar a Ejutla, de vivir y cantar con sus gentes.

Tan solo de pensar que un mal día, por brutal decreto de los amos de arriba, los del poder sin corazón, se construyera una presa que lo ahogara sin piedad… ¡Ah, qué terremoto emocional entre vivos y muertos! Ahogado el caserío con sus templos y torres y campanas, con su alma toda, historia amontonada en siglos, sus tristezas y alegrías, su dolor y su gloria. Sería una bofetada a la Historia, al sentimiento, a la Humanidad. ¡Qué pesadilla!

Siendo apenas de unos ocho años, pasé una o quizá dos semanas en lo que fuera la vieja Hacienda de San Nicolás, cercana al pueblo. Por ese entonces, San Nicolás ya no era un pueblo ni tan solo un ranchito; érase solamente el muñón sobreviviente de la residencia de los señores. Pero yo gocé el canto y el abrazo del río, las cavernas de miles de murciélagos, y muros cubiertos de pinacates; el caserón con olor a encierro y humedad; sus velas de parafina y cachimbas de petróleo.

Ah, pero llegó el verdugo: una presa; sí, una presa que ahogó lo que fuera San Nicolás. De pie sobre la cortina de esa presa, muchos años después, mis labios callaban pero mi corazón lloraba: aquí estaba, aquí murió San Nicolás.

La pesadilla imaginaria de Ejutla y el recuerdo de San Nicolás me hermanaron con Temaca. Cómo no llorar, cómo no sufrir, cómo no padecer una tristeza como de muerte ante la amenaza de su desaparición.

Me asaltó también la vieja historia de las guerras púnicas entre Roma y Cartago. Se sabe que el furibundo Catón terminaba siempre sus arengas con la terrible frase: “Delenda est Cartago” (Cartago debe ser borrada, aniquilada). Y Escipión Emiliano la destruyó. Me parece que los Tiberios, Dioclecianos y Catones totonacas terminan también sus decisiones con la terrible frase de Catón: DELENDA EST TEMACA.

Claro, es pura imaginación, pero… ¡Cómo no llorar! Llora el pueblo, llora la Historia, el sentimiento y la Humanidad, y llora también el Cristo de Temaca, como lo intuyó el Padre Alfredo Placencia:



“Cuando el último rayo del crepúsculo la roca apenas acaricia y dora, retuerce el Cristo músculo por músculo y parece que llora”.

…Sí, el Cristo llora por su Temaca.



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