Juan López Vergara
El Santo Evangelio que nuestra Madre Iglesia nos ofrece para hoy, expone las actitudes esenciales que hemos de vivir durante la espera del Señor Jesús: confianza y gozo, testificadas por el desprendimiento absoluto en aras del Reino (Lc 12, 32-48).
“Donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón”
El pasaje empieza con unas cariñosas palabras de Jesús a los suyos: “No temas, rebañito mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino” (v. 32). La Iglesia es el ‘rebañito’ de Jesús. Su identidad, de acuerdo al anhelo del Señor, debería ser siempre su propia modestia en medio de grupos humanos gigantescos, poderosos, eficaces. No obstante la pequeñez de la Iglesia, Jesús le confía el Reino, el benevolente Proyecto de Dios. Benedicto XVI asegura que: “El ‘Reino de Dios’ es la categoría fundamental del Mensaje de Jesús” (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, 106).
San Lucas, entonces, indica que el desprendimiento a favor del Reino debe configurar la misión del pequeño rebaño, pues “donde está su tesoro, ahí estará su corazón” (vv. 33-34).
Escucha y compromiso
El Evangelista San Lucas advierte de la importancia de estar preparados esperando la venida del Señor, mediante un par de Parábolas magistralmente entrelazadas. La de unos criados, quienes sin perder la alegría, con expectante responsabilidad aguardan a que su señor regrese de una boda (véanse: vv. 35-38). También la de un vigilante padre de familia siempre atento por el bienestar de sus hijos (véase: v. 39). Para concluir con esta sabia recomendación: “Pues también ustedes estén preparados, porque a la hora en que menos lo piensen vendrá el Hijo del hombre” (v. 40).
Jesús mostró así a sus seguidores la necesidad de una constante apertura, en clara sintonía con su decisión de un activo compromiso en la construcción del Reino.
La atenta espera
Enseguida San Lucas presenta a Pedro, portavoz del grupo de discípulos, que pregunta a Jesús: “¿Dices esta Parábola sólo por nosotros o por todos?” (v. 41). El Maestro propuso otra imagen para subrayar la responsabilidad comunitaria que tienen los ‘administradores’ de la Iglesia, quienes deberán desempeñarse con fidelidad y sensatez (véanse vv. 42-46). Sin embargo, parece ser que al final el Evangelista desea resaltar que Jesús no se dirige únicamente a los responsables de la comunidad, sino a todos los discípulos, representados por los ‘siervos’: “El servidor que conociendo la voluntad de su amo, no haya preparado ni hecho lo que debía, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla haya hecho algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le da, se le exigirá mucho, y al que mucho se le confía, se le exigirá mucho más” (vv. 47-48).
Esta conclusión hace eco de aquello que Israel había experimentado: la elección no es un privilegio sino un acrecentado compromiso (compárese Am 3, 2). Así debemos vivirla absolutamente todos los que ahora tenemos la bendición de formar parte del nuevo pueblo de Dios: ¡Amor con amor se paga!.
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