Cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la Gloria
Santísima Virgen: la Mujer de Fe
«¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»
José Antonio Larios Suárez,
4º de Teología
En el relato de La Visitación encontramos a María como la primera Bienaventurada del Nuevo Testamento, ya que Ella, siendo el fruto primigenio de la Redención de Cristo, corresponde con su Fe al llamado de Dios.
La frase del Evangelista San Lucas (1,45), tan breve como llena de contenido, nos dice no sólo que María es dichosa, sino el motivo de ello. Muchos podríamos pensar que es dichosa por ser Madre de Dios, por tener el privilegio de ser Virgen y Madre a la vez, o por haber sido preservada desde su concepción del contagio del pecado original; sin embargo, lo que subraya el relato es que su dicha procede de una sencilla razón: por haber creído en lo anunciado por parte del Señor. La felicidad de María radica, pues, en ser una Mujer de Fe.
Ya desde La Anunciación, a María se le pide que acepte una verdad sin precedente alguno en la Historia: ser, simultáneamente, Virgen y Madre. La virginidad, que al principio parecía un obstáculo, resulta ser el contexto en que el Espíritu Santo realizará en Ella la concepción del Hijo de Dios encarnado, según le anuncia el Ángel; María, por su parte, creyendo en la Palabra del Señor, cooperará en el cumplimiento de esa maternidad anunciada, y fruto de su adhesión libre y consciente acontecida en La Anunciación, se desprenderá, sin duda, todo el resto de su camino de Fe, obediente hasta las últimas consecuencias.
Así como Abraham es el padre de los creyentes por su respuesta al llamado de Dios, que le pide dejar la tierra en que vivía y sus seguridades, para iniciar el camino hacia una tierra desconocida, guiado sólo por la promesa divina, también María se entrega con plena confianza a la Palabra que le anuncia el Mensajero de Dios, y se vuelve Modelo y Madre de todos los creyentes.
«¡Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí!»
En su dinámica de Fe, María se devela a sí misma como dichosa, y en su Fe descubre que su Bienaventuranza no radica en el mérito de su respuesta, sino más bien en que el Poderoso hizo obras grandes en Ella. De esta certeza, María prorrumpe en el cántico que proclama las maravillas de Dios realizadas en su persona, en su pueblo y en la Humanidad de todos los tiempos.
El cántico de María (Lucas 1, 46-55) se convierte en una Fe proclamada y celebrada con los labios, ya que antes había sido profesada con el asentimiento de su inteligencia y de su voluntad; es decir, profesada con su vida y con sus obras.
“Dichosa por ser Madre de Dios, por tener el privilegio de ser Virgen y Madre a la vez”
María: modelo de la Iglesia que cree y espera
María, tal como se nos presenta en los pasajes de La Anunciación y de La Visitación, se convierte así en el ejemplo de la Iglesia que profesa su Fe, celebra su Fe y conforma toda su vida según esa Fe recibida como don de Dios.
La Iglesia mira a María como paradigma de Fe en este mundo y como prenda de Esperanza de la futura Gloria, ya que Ella, “cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la Gloria celeste”, tal como lo definió el Papa Pío XII el 1º de Noviembre de 1950.
Celebrar, pues, La Asunción de María, es celebrar el triunfo de la Fe en Ella; es revitalizar nuestra Fe en palabras y obras, para que podamos un día gozar junto con Ella de la plenitud eterna de la Gloria del Señor.
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