jueves, 28 de noviembre de 2013

Predicación y vida

El Adviento, Esperanza de Gloria


Cardenal Juan Sandoval Íñiguez

Arzobispo Emérito de Guadalajara


Este año comienza el tiempo de Adviento en el domingo primero de diciembre. Consta de entre tres y cuatro semanas que preceden a la Navidad, y nos preparan para celebrarla debidamente; es decir, como creyentes católicos. El Adviento o Advenimiento se refiere a la venida de Cristo, o más bien, a las venidas de Cristo, que son tres: cuando nace en Belén de Judá de la Virgen María; cuando esta primera venida de Salvación se prolonga al entrar Cristo al corazón del hombre para salvarlo; y cuando venga en Gloria y Majestad al final de los tiempos para juzgar a toda la Humanidad.


No es una ocasión pasajera
Corona de AdvientoTiene, pues, el Adviento, una doble dimensión: la del recuerdo y actualización del Nacimiento del Mesías y la dimensión escatológica que se refiere a su futuro advenimiento glorioso. Del día primero del Adviento hasta el 16 de diciembre, se resalta más ese sentido escatológico y se nos exhorta a vivir vigilantes para rendir buenas cuentas al Juez Supremo, ante Quien hemos de comparecer al término de nuestra existencia.

Del 17 de diciembre hasta la Navidad, se pone más de relieve la venida del Señor en la humildad de nuestra carne, que nació de la Santísima Virgen María. La reforma litúrgica del Concilio Vaticano II quiso conservar las dos dimensiones del Adviento, tanto la escatológica como la de Navidad (Cf. Normas Litúrgicas del Misal Romano, No. 39).

Durante el Adviento es conveniente y necesario considerar la inmensa dignación de Dios, que quiso hacerse uno de nosotros y entrar en nuestra Historia para redimirnos del pecado y de la muerte, rescatando así la historia del sin sentido y de la falta de un dónde, de un porqué y de un para qué.


Gozosa espera de la Redención
En la antigüedad, los griegos hablaban del eterno retorno de todas las cosas; es decir, de una Historia que se repetía en forma circular, eternamente, sin principio ni fin; por lo tanto, se trataba de una Historia que no era tal. Por su parte, los incrédulos de la Era Moderna se agobian y se ahogan en la desesperación de un acontecer sin sentido que engaña e ilusiona cruelmente al hombre, que desea vivir, para luego dejarlo caer en la nada de la muerte. Uno de ellos llegó a llamar a la existencia: “la náusea”.

La Revelación Divina nos descubre una “Historia de Salvación” que tiene un principio y un término: la Creación de Dios, por Amor, de todas las cosas, y especialmente del hombre, hecho a su imagen y semejanza y con un destino eterno en compañía de Dios mismo, pues nos hizo para Él. Dios mandó a su Hijo para que se hiciera cargo de reconducir al hombre extraviado a la Casa del Padre.

¿Cuál es, entonces, el sentido del Adviento y cuáles las actitudes propias de este lapso? Son la vigilancia gozosa a la espera del Señor, tanto ahora que viene humilde y misericordioso ofreciendo la Salvación, como esperando su venida gloriosa cuando vendrá a juzgarnos y poner fin a la Historia presente. Los que somos de Cristo esperamos su venida gloriosa con alegría, porque “se acerca nuestra liberación”.

Es por eso que en el Adviento debe fomentarse la virtud teologal de la Esperanza en el Señor que viene a salvarnos, y ha de practicarse junto con la alegría, la mortificación y la penitencia, en orden a la conversión, para limpiar el corazón donde ha de nacer el Señor. Escucharemos en la Liturgia a San Pablo, que nos dice: “Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujurias ni desenfrenos” (Rom. 13,13).

La celebración solemne de las Fiestas Marianas, tanto la de La Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre, como especialmente para nosotros los mexicanos, la del 12 de diciembre, no son una distracción o interrupción del espíritu del Adviento, sino al contrario, enriquecen y completan su significado, ya que la venida del Hijo de Dios al mundo se dio por la cooperación de la Virgen María, que lo acogió en su corazón y en su vientre y le dio la carne y la sangre que lo hicieron uno de nosotros, y con las cuales nos redimió. Por María vino el Salvador al mundo, y por María ha de venir a nosotros.


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