jueves, 14 de noviembre de 2013

La gente tiene la palabra

Luis Sandoval Godoy


176- Favor que me haces

Ustedes no conocen a doña Cuca Robles y nunca han tenido ocasión de oír su plática tan refinada y exquisita, tan zalamera y llena de dulcedumbres y ternuras.

Así cuando habla de los confites y garapiñados que ella elabora, y del continente o del recipiente en que va rolando los menjurjes de aquí y de allá.

Pasa doña Chuy frente a su tiendita: Oiga, doña Cuca, qué prodigios sabe hacer; como que nadie en el pueblo; ¡mire esa mermelada y esos turrones en canela!…

Ay, doñita, trato de darle sabor a la vida. Eso que me dice, chula, es favor que me hace, animándome a cuidar lo que he llamado mis pequeñas industrias.


177- Fregados pero contentos

Mis amigos me dijeron: ya no riegues esa flor… Lo que dice el canto hay que aplicarlo a la vida: no retoñe la flor, pero siga temblando siempre el corazón.

O sea, que no haya en la vida un sitio para los suspiros, un lugar para las quejas, y aunque recibamos golpes y tropiezos, nos quede siempre una sonrisa.

El hombre feliz, en el viejo cuento, vino a salir por ahí en el caso de uno que no tenía ni camisa, y así pasaba los días: cantando y celebrando la fiesta de la vida.

El que vive apachurrado no remedia con eso sus pesares, y no hace más que echarse más carga al hombro y vivir cada día en mayor pesadumbre y pena.


178- Febrero loco, marzo otro poco

Endenantes había reglas que no fallaban nunca: se sabía desde antes cuándo vendría la lluvia, cuándo arreciaría el sol, cuándo los vientos y cuándo las heladas.

Y teníamos un certero Calendario de Galván y luego otro de Rodríguez, y con ellos, a ojos cerrados, sabíamos cómo iría registrándose la condición del tiempo.

Por febrero, unos ventarrones desatados, capaces de remover de la frente de todos los cristianos la amarga señal del Miércoles de Ceniza.

Y advirtiendo que marzo no le iría a la zaga, la gente sabía el qué y el cómo de los vientos; algo que hoy se ha perdido en esta vorágine que nos arrastra.


179- Fe en Dios, y adelante

Acuérdate de aquel muchacho, cuando éramos niños, que se plantaba en la puerta del costado del templo. Está cieguito, te hizo notar la señorita catequista.

Y como que desde entonces le tuviste lástima y tratabas de llevarle algún socorro en su mano, que se tendía al paso de las personas cuando salían de Misa.

Te quedabas viéndolo con mucho disimulo: el rostro como salido al viento, sin rumbo ni dirección, y los ojos apretados en un doloroso zarzal de arrugas.

Qué desgracia ser un invidente, un ciego en el camino de la vida; qué trágica la condición de quien perdió la luz y no conduce su vida en la Luz de Dios.


180- Fájate bien los pantalones

Así le decían a uno de muchacho, para que no anduviera en ventoleras, a veces por un lado, a veces en otra cosa y caminando sin rumbo ni dirección.

Que se enseñara a ser hombrecito, le decían: a tomar una determinación, establecer una meta bien fija, a emprender un oficio, un ideal, un derrotero en la vida.

Y aferrarse en aquel propósito, tomar aquella decisión apretándola con las dos manos; es decir, con la vida. Esto venía a ser lo de fajarse el pantalón.

No actitudes blandujas, no muñecos de trapo; tener un carácter recio, ser individuos de temple: una definición de acero que nada ni nadie cambiará.


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