Juan López Vergara
El Santo Evangelio de hoy suscita muchos cuestionamientos (Lc 21, 5-19). Por eso nuestra Madre Iglesia, Maestra entrañable, desde el propio comienzo de la Sagrada Eucaristía, en la oración colecta, nos invita a implorar: “Concédenos, Señor, tu ayuda para entregarnos fielmente a tu servicio, porque sólo en el cumplimiento de tu voluntad podremos encontrar la felicidad verdadera”.
El fin no vendrá de inmediato
El texto inicia con el recuerdo de una advertencia que hiciera el Señor Jesús con respecto a la destrucción del Templo (véanse vv. 5-6). Entonces le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ocurrir esto y cuál será la señal de que ya está a punto de suceder?” (v. 7). En el tiempo en que Lucas redactó su obra, no eran pocos los que creían que estaban cruzando la frontera final de la Historia, motivo por el cual evoca a diversos exaltados que se presentaron como salvadores vinculando su mesianismo con la caída de Jerusalén y el fin del mundo (compárese Hch 5, 36-39).
El Evangelio alude al tema del Juicio Final. San Lucas nos presenta a Jesús, ciertamente, empleando lenguaje procedente de la tradición apocalíptica para prevenir contra los falsos profetas (véanse vv. 8-11). En esta sección de su obra, el Evangelista insiste en que el fin no vendrá de inmediato, eliminando la fiebre mesiánica o escatológica que, al parecer, reinaba en ciertos sectores de la comunidad lucana (compárese 17, 23 y 19, 11).
Su Salvación está asegurada
Jesús, enseguida, predijo las tribulaciones que habrían de sufrir sus discípulos: “Pero antes de todo esto los perseguirán a ustedes y los apresarán; los llevarán a los Tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante Reyes y Gobernadores, por causa mía” (v. 12). Todo ello sucederá para que nos convirtamos en testigos de Jesús (véase v. 13). No deberemos preocuparnos ni siquiera de preparar nuestra defensa, porque el Señor mismo nos dará palabras sabias (véase vv. 14-15).
El Señor Jesús nos exhorta a perseverar hasta el final, con la seguridad de que saldremos victoriosos, porque en todo momento y circunstancia tendremos su protección: “Los traicionarán hasta sus propios padres, hermanos, parientes y amigos. Matarán a algunos de ustedes y todos los odiarán por causa mía. Sin embargo, no caerá ningún cabello de la cabeza de ustedes. Si se mantienen firmes, conseguirán la Vida” (vv. 16-19). Jesús promete que, no obstante que algunos de los suyos sean asesinados, no podrán finalmente ser destruidos, pues su Salvación está asegurada.
Para mí, es el comienzo de la vida
Viene a nuestra memoria el testimonio de Dietrich Bonhöeffer, ejemplar Pastor protestante, ajusticiado por las huestes hitlerianas la mañana del 9 de abril de 1945, quien, justamente antes de entregar su vida por Cristo, desde lo más profundo de su Fe, declaró: “Esto que pareciera el final, para mí, es el comienzo de la vida”.
Estamos llamados a ser testigos del Señor…
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