¿Qué nos deja el Año de la Fe que está terminando?
Para muchos, esta efeméride pasó en la noche oscura del alma. Otros, algo oyeron, pero no se dieron por aludidos. Ciertamente termina el espacio celebrativo, pero la Fe sigue en la lucha y el esfuerzo de cada día; continúa necesitada y expectante de ayuda en el corazón. La Clausura del Año de la Fe será un momento de profunda gratitud al Señor por los frutos espirituales alcanzados durante este lapso en nuestras familias. Todos sabemos muy bien que lo que hayamos vivido espiritualmente cada uno es imposible de medir, pues solamente Dios, y cada quien, sabemos si hicimos algo o no.
Sin duda, el Año de la Fe nos ha ayudado a pensar que somos hijos de Dios, y ojalá también nos haya permitido descubrir la necesidad de mejorar en el seguimiento de Cristo para crecer en su Amor y para ser sus testigos en medio del mundo. El orbe está lleno de contradicciones en todas las áreas de la vida, y quienes decimos creer en una Fe cristiana, por fuerza debemos de buscar que se siembren los signos del Reino: de paz, de fraternidad, de la vida, de la verdad.
Nuestra realidad demanda familias, jóvenes, niños, que sepamos quién es Jesús, y que, de alguna manera, queramos comunicarlo. Que hayamos podido participar con gozo en los Sacramentos, renovando así nuestra Esperanza en lo que Dios nos ha prometido. Nuestra Fe en Jesucristo, Muerto y Resucitado para salvar al mundo, nos alienta para estar seguros de que no viajamos solos en esta vida; nuestra experiencia debe ser la de aquéllos auténticos cristianos que han encontrado la Luz verdadera que ilumina todas las circunstancias de esta Tierra, a veces tan complicada.
La Clausura del Año de la Fe no puede ser el final de un camino ni un decir adiós a nuestras ganas de ser mejores. Tiene qué ser el punto de partida para continuar madurando en esa virtud, para conocer e intensificar el conocimiento de nuestra Religión. No se hay que olvidar que tenemos ante nosotros el reto de la Nueva Evangelización. ¡Algo tenemos qué hacer! Todos necesitamos pedir insistentemente al Señor que aumente nuestra Fe para poder difundirla a quienes, por distintas razones, se han alejado de Dios o viven como si no existiese.
La Fe en Dios no debe alejarnos de los problemas de cada día ni de los requerimientos del prójimo. Al contrario, la genuina Fe nos compromete cada día en la defensa de los más desprotegidos, de aquéllos cuyos derechos y dignidad se ven pisoteados. Debe impulsarnos a trabajar bien organizados para conseguir unas relaciones más justas con las empresas, con los sindicatos, con los gobiernos. Hay que aprender a trabajar juntos para disminuir las situaciones de pobreza y marginación que sufren tantos hermanos, sobre todo los más cercanos.
Recordemos lo que el Papa Francisco nos señala en la Encíclica “Lumen fidei”: “Precisamente por su conexión con el Amor (Cf Gal 5, 6), la Luz de la Fe se pone al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz. Y añade, a renglón seguido: “La Fe permite comprender la arquitectura de las relaciones humanas; no podemos ignorar el mundo en que vivimos, para mejorarlo, si de veras tenemos Fe”.
La Fe, pues, debe comprometernos con los problemas que surgen a nuestro alrededor, nunca ignorarlos, sino trabajar juntos para construir otro mundo, diferente e intensamente cristiano.
Hay también preguntas que no hemos resuelto a cabalidad, y al llegar a la Clausura de este Año de la Fe, que completa la Esperanza y hace vigente el Amor, se nos invita a llegar al fondo de nuestras creencias y a responder a ellas: ¿A qué forma de vivir aspiramos? ¿Cuál es el Dios en el que creemos? ¡El huitzilopochtli de la guerra? ¿El del caos, el de la muerte? ¿Creemos y adoramos el hedonismo cultural, que consiste en pasarla bien sin escatimar recursos? ¿Reverenciamos a Dionisio, dios del vino y del placer? ¿Preferimos el Eros de la lujuria como una deidad autónoma sin regla alguna?
En conclusión: solamente la Fe en el único Dios verdadero nos llevará a mejorar la raza humana en su corazón y en sus modelos de conducta.
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