Reflexiones
Pbro. Carlos Javier Díaz Vega
Roma, Italia
Fe de la Iglesia
En el final del Año de la Fe podemos hacer nuevamente nuestras, como en cada Misa a la que asistimos, las palabras que el Sacerdote pronuncia durante el Rito de la Comunión “Señor Jesucristo… no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la Fe de tu Iglesia”.
¿Nos hemos preguntado alguna vez si se hace referencia a la Fe-Dogma-Doctrina (la enseñanza infaltable en nuestra vida cristiana, la Fe que aprendemos, enseñamos, defendemos) o a la Fe-Confianza-Esperanza-Servicio (la que alimentamos con la Palabra de Dios, con la oración y con los sacramentos)?
Conocer la Fe de los Dogmas no nos salva, pero nos ayuda inminentemente a comprender las razones por las cuales seguimos en pie de lucha, las razones que nos llevan al movimiento hacia la Caridad. No somos robots que hacemos las cosas sin pensar, sin comprender, sin objetivos razonados; Dios nos dotó de inteligencia, y por ello, hemos de conocer y entender la Fe.
Sin embargo, sabemos que sólo en la Caridad está la Salvación, y es aquí donde cabe la actitud de Fe, la actividad del creyente, la Caridad hacia el prójimo.
Coherencia de vida
Algunas personas están acostumbradas a confrontar la “Fe-Dogma” con la “actitud de Fe”. Que muchos creyentes no seamos coherentes, quizá porque nos falte Doctrina o porque nos falte Caridad, no quiere decir que es imposible combinar el conocimiento con la actitud. Precisamente este Año de la Fe nos ha servido para corregir esta separación, muchas veces innegable, entre la Fe del cristiano y las buenas actitudes del cristiano. Nuestro Buen Dios nos ha permitido vivir este Año especial para cuestionarnos ¿cuál es la incidencia de tener Fe en nuestra vida cotidiana?
Algunos Sociólogos hablan de que ésta es una “Era post-cristiana”; es decir, que el Cristianismo es ya algo del pasado y en nada incide hoy en la vida de las personas. Muchas personas pensamos, por el contrario, que esta época es “pro-cristiana”, o sea, que precisamente favorece a los verdaderos cristianos, ésos que son anunciadores, testigos, orantes, servidores y eclesiales.
Familias educadoras
Nuestras familias son las iglesias domésticas educantes. Precisamente porque ahí hay un amor maduro y auténtico, se puede educar en la Verdad, en el Bien, en la Belleza. No hay familias incapaces, sino familias no preparadas o poco propensas a gastar energías con respecto a la auténtica Educación. Por eso, después se buscan y se encuentran culpables como la Escuela, la Sociedad, la época, la carestía, el poco tiempo, etc. Padres e hijos no son dos generaciones paralelas, que no se entrelazan; existe un patrimonio de valores y verdades digno de ser transmitido, y por el cual vale la pena cansarse y combatir.
Hace pocos días vi un espectacular que me sorprendió: unos esposos esperando el nacimiento de su hijo, y la frase “Porque han hecho algo único en el mundo…” Ese ser único es hijo de Dios, recibe la Salvación que Jesucristo nos ha alcanzado con su Misterio Pascual, y tiene una vida eterna qué adquirir.
El Año de la Fe nos ha recordado que existen verdades y actitudes imprescindibles en la vida de los creyentes…
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