Juan López Vergara
El pasaje del Santo Evangelio que nuestra Madre la Iglesia ofrece para hoy, anuncia el inmenso valor de la oración. Jesús, de camino a Jerusalén enseñó a sus discípulos a orar y a pedir al Padre no cualquier cosa, sino su Don por antonomasia: el Espíritu Santo (Lc 11, 1-13).
Jesús prolonga su plegaria
El Evangelista tiene particular cuidado en resaltar que la oración del cristiano brota del mismísimo corazón de la oración del Señor Jesús: “Un día, Jesús estaba orando, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: ‘Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos’. Entonces Jesús les dijo: ‘Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, danos hoy nuestro pan de cada día y perdona nuestras ofensas, puesto que también nosotros perdonamos a todo aquel que nos ofende, y no nos dejes caer en tentación’” (vv. 1-4). El marco introductorio mediante el que San Lucas presenta el Padrenuestro es muy significativo, porque conduce a comprender nuestra oración justamente como la prolongación de la de Jesús.
Intercesores como Jesús
A continuación, el Evangelista ofrece una bella Parábola que tiene sus raíces en el mundo de Jesús, donde la Hospitalidad era muy valorada. Si leemos atentamente, constataremos que en la Parábola intervienen tres amigos. El amigo ‘A’, a quien en medio de la noche un vecino, el amigo ‘B’, le solicitó tres panes prestados para atender a otro amigo, el amigo ‘C’, a quien acababa de recibir en su casa (véanse vv. 5-6). El amigo ‘A’, debido a lo inoportuno de la petición, se negó a atender a su vecino, o sea el amigo ‘B’, pero fue tal la insistencia de este último, que para quitárselo de encima acabó por ayudarlo (véanse vv. 7-8). Notemos que el personaje principal de la Parábola es el amigo ‘B’, pues para atender apropiadamente a su amigo, esto es, el amigo ‘C’, no tuvo empacho hasta en mostrase de lo más importuno. La original Parábola de Jesús, por tanto, justifica que la tenacidad en el pedir pueda llegar hasta la insolencia; en especial si se trata de interceder por un amigo.
El Don del Espíritu
La sección cierra con unas imágenes que culminan con la alusión a un padre de familia, cuando Jesús cuestionó a los suyos: “¿Habrá entre ustedes algún padre que, cuando su hijo le pida pan, le dé una piedra? ¿O cuando le pida pescado, le dé una víbora? ¿O cuando le pida un huevo, le dé un alacrán? Pues, si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre Celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan?” (vv. 11-13).
La oración cristiana se funda en la confianza de que Dios es Bueno. Semejante bondad justifica la insistencia de la oración de nosotros los cristianos, porque tenemos la seguridad, como puntualiza San Lucas, de que cuando oramos el Padre nos dará su Don por antonomasia: el Espíritu Santo (v. 13, compárese con Mt 7, 11).
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