Juan López Vergara
El Santo Evangelio que la Iglesia celebra el día de hoy es de una exquisitez extraordinaria: Jesús, de camino a Jerusalén, imparte lecciones de vida, entre las cuales destaca una Parábola exhortativa para hacer el bien a todos aquellos hermanos nuestros que encontramos derribados en los caminos de la historia (Lc 10, 25-37).
“Si haces eso, vivirás”
Empieza con la inquietud de un Doctor de la Ley por conocer qué debía hacer para alcanzar la vida eterna. Pero tan noble inquietud la presentó a Jesús con el afán de ponerlo a prueba, llamándolo hipócritamente: ‘Maestro’ (véase v. 25). Jesús, entonces, lo motivó a responderse él mismo: “¿Qué es lo que está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?” (v. 26). El experto contestó con una interpretación asombrosa, que equipara el amor a Dios con el amor al prójimo: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu ser, y a tu prójimo como a ti mismo” (v. 27). Se trata de una relación esencial que incluye la totalidad de nuestro ser, tanto con los otros como con Dios.
Jesús confirmó esta interpretación invitando al jurista a ponerla en práctica: “Si haces eso, vivirás” (v. 28).
El Sacramento del Hermano
Enseguida, aquel Teólogo, queriendo justificarse, preguntó a Jesús sobre la identidad de su prójimo (véase v. 29). Jesús eligió contestar con una Parábola, para inducir a su interlocutor a encontrar por sí mismo la respuesta: “Un hombre bajaba por el camino de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos ladrones, los cuales lo robaron, lo hirieron y lo dejaron medio muerto” (v. 30). Después, casualmente, iban por el mismo camino tres personajes, siendo los dos primeros un Sacerdote y un Levita, quienes al ver al herido “pasaron de largo” (vv. 31-32); en cambio, un samaritano “se compadeció de él” (v. 33).
Un hombre, sin más señas, fue suficiente para generar la compasión del hereje. Él cruzó así el puente hacia el mundo de su hermano en desgracia, desde su mirada compasiva al compromiso personal, mostrando comprender mejor la Voluntad de Dios, que aquellos dos Clérigos centrados sólo en sí mismos. Éstos pensaron: “Si socorro a este hombre caído, ¿qué consecuencias ‘me’ provocará?” El samaritano, por el contrario, pensó: “Si no lo socorro, ¿qué ‘le’ pasará?” Aquel amable hereje actuó con desbordante generosidad ante el Sacramento de su Hermano (compárense vv. 34-35 y Mt 25, 40).
Un hereje ejemplar
Aquel samaritano comprendió a fondo la Voluntad de Dios, pues al contribuir a la rehabilitación de su hermano se hizo realmente prójimo de él, por lo cual el Señor no dudó en proponerlo como ejemplo, reafirmando su misión de formador de hombres al servicio de los demás (véanse vv. 36-37). El Santo Padre Francisco, el Domingo del Buen Pastor ordenó a diez Sacerdotes, y con la perspicaz bondad que lo distingue, los exhortó: “No os canséis de ser misericordiosos” (véase L’Osservatore Romano, Año XLV, número 17 [2.312], del 27 de Abril al 3 de Mayo de 2013).
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