PEQUEÑECES
Alberto Gómez Barbosa
En tiempos pasados, con gran satisfacción, al referirnos a México, solíamos decir “Nuestro país”. Actualmente, sería más correcto nombrarlo “el país”. México ya no es nuestro, no es de los mexicanos. Gobernantes y empresarios han venido entregándolo, poco a poco, a manos extranjeras.
El asunto viene de lejos, muy lejos. A la llegada de los europeos al Continente recién descubierto, arribaron aventureros con afán de riqueza, a los que la Corona española entregó concesiones mineras y tierras en extensiones inimaginables, dejando a los propietarios, los pueblos originarios, como fuerza de trabajo sumisa y barata. Quién sabe qué hubiera sido de aquellos pueblos diezmados por la viruela, la sífilis y el maltrato, si no hubieran intervenido con valentía los Padres Misioneros, que atenuaron, hasta donde les fue posible, los excesos de encomenderos y demás beneficiados.
Jauja para los forasteros
Son ya 500 años de obtener enormes beneficios del suelo y subsuelo mexicanos por parte de extranjeros, y de sometimiento y explotación de los nativos. La minería, desde la época colonial, ha acabado con millones de vidas en los socavones que siguen entregando oro y plata a concesionarios de fundos, enriquecidos a más no poder. Hoy, mineros extranjeros, mayormente canadienses, gozan de concesiones para explotar en México yacimientos a cielo abierto en cerca del 30% del territorio nacional, dejando tierras muertas, ríos contaminados y poblaciones enteras dañadas en su salud, patrimonio y economía. Los impuestos que pagan por esas explotaciones son mínimos.
Las playas y zonas de frontera, que desde hace tiempo se encuentran en manos extranjeras a través de fideicomisos, podrán muy pronto ser adquiridas directa y abiertamente por empresas o individuos foráneos. Puertos y Aeropuertos están concesionados para su operación a empresas mayoritariamente españolas. Es inevitable preguntarnos: ¿y la seguridad nacional?
Riqueza abandonada
El campo, tan importante para asegurar la alimentación de la población, se encuentra en abandono. En vez de apoyar e impulsar a los pequeños y medianos productores agrícolas, las entidades gubernamentales responsables se han dedicado a comprar en el extranjero los insumos alimenticios que ya no es costeable producir por falta de apoyos. Somos herederos de los pueblos que descubrieron las cualidades del maíz y que lo desarrollaron hasta hacerlo base de su subsistencia. “Patria, tu superficie es el maíz”, cantó López Velarde. Ahora, de esa enorme superficie verde quieren apoderarse Monsanto y otras empresas similares que presionan para imponer su maíz transgénico, del que luego dependeríamos a muy alto costo pues las semillas, fertilizantes y pesticidas solo serían los que vendieran esas Compañías transnacionales. Acabarían con el maíz nativo.
La Banca está prácticamente en manos de extranjeros; son foráneas las empresas más grandes y reconocidas que producen el tequila, antes orgullosamente denominado “la bebida nacional” y se han vendido, también a firmas transnacionales, las mundialmente famosas marcas de cervezas mexicanas.
Recientemente, la empresa Disney trató de patentar las “Calaveras y Catrinas”, símbolos de la celebración tan mexicana del Día de Muertos, y así, podría continuar una lista interminable de apropiaciones, por parte de extranjeros, con el apoyo de mexicanos que no sienten amor por la Patria, de bienes y símbolos que pertenecen a México, este gran país del que estaban orgullosas las generaciones anteriores.
El grupo promotor tan diligente en la entrega de bienes de la Nación, se prepara para poner la cereza en el pastel entregando Petróleos Mexicanos, la energía eléctrica, y aun los servicios de agua potable que -dicen ellos- estarían mejor en manos privadas.
Ante este panorama, ¿podemos seguir llamando a México NUESTRO país?
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