Daniel León Cueva
Muy admirable es la acción de los Profetas a través del Antiguo Testamento como Pregoneros de la venida del Mesías y del anuncio de la Salvación; como promotores y defensores de la Fe, que con frecuencia palidecía y zozobraba entre el pueblo israelita, el escogido de Dios.
Seis siglos antes de Jesucristo apareció el joven Daniel en Babilonia, donde gobernaba el Rey Nabucodonosor, teniendo como vasallos a los judíos, para entonces deportados en esa región. El monarca caldeo se sorprendió de la exacta interpretación que Daniel dio a sus sueños y procedió a reconocer en todos sus dominios al Dios de Israel como único y verdadero.
Después, el Emperador Darío, persa, mal aconsejado por sus cortesanos, encarceló al Profeta arrojándolo al foso de los leones y diciéndole: “Que te salve tu Dios”. Y sí. Al día siguiente se percataron de que las fieras estaban a los pies del prisionero como mansos gatitos.
En lengua aramea, Daniel quiere decir “Dios es mi Juez”, y el Señor así lo hizo manifiesto en éste su proclamador, primeramente saliendo avante entre los poderosos; prefigurando, en los sueños del Rey, el advenimiento de un “Imperio Mesiánico, indestructible por siempre jamás”; superando intrigas, calumnias y cárcel… Es aquel mismo que sabiamente intervino en el juicio perverso que se hacía a la Casta Susana, víctima de la lujuria y mentiras de los libidinosos ancianos, y a la que Daniel salvó de la muerte.
Se le recuerda y venera el 21 de Julio.
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