Esta Carta Encíclica, publicada el 29 de junio, contiene varias consideraciones sobre la Fe.
El Papa Francisco afirma en este Documento que sus reflexiones “pretenden sumarse a lo que Benedicto XVI escribió en las Encíclicas sobre Caridad y Esperanza. Él ya había completado una primera redacción de esta Encíclica sobre la Fe. “Se lo agradezco y asumo su trabajo, añadiendo algunas aportaciones”, señaló el Pontífice. Presento a los lectores enseguida, un brevísimo resumen:
“La luz de la Fe”. La Iglesia ha indicado con esta expresión el gran don traído por Jesucristo: “Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en Mí no quedará en tinieblas” (Jn 12,46).
Se ha pensado que esa luz ya no sirve para los tiempos nuevos, que impide avanzar como hombres libres hacia el futuro; y ha sido asociada a la oscuridad. Sin embargo, la luz de la razón autónoma no ilumina el futuro y deja al hombre con miedo a lo desconocido. Se ha renunciado a la búsqueda de una luz grande y se ha contentado con pequeñas luces. Urge recuperar el carácter luminoso de la Fe para iluminar la existencia del hombre.
Virtud teologal fundamental
La Fe nace del encuentro con Dios vivo, está vinculada a la escucha porque es la respuesta a una Palabra que interpela personalmente; procede del pasado, pero nos atrae más allá de la muerte porque es luz que viene del futuro.
La luz de Dios ilumina nuestro camino en el tiempo, recordando los beneficios divinos y mostrando cómo se cumplen sus promesas. Quien no quiere fiarse de Dios escucha voces de ídolos. La Fe es separación de los ídolos para volver a Dios. Creer significa confiarse a un amor misericordioso, que acoge, perdona, sostiene y orienta. La Fe consiste en dejarse transformar por la llamada de Dios, que exige el valor de confiarse.
La Fe, centrada en Cristo, es confesar que Jesús es el Señor, y que Dios lo ha resucitado. Cristo no es sólo Aquél en quien creemos, sino Aquél con quien nos unimos para poder creer. El que cree es transformado en una creatura nueva. La Fe en Cristo salva, porque en Él la vida se abre a un Amor que obra en nosotros.
La Fe, sin verdad, no salva. Se queda solamente en una proyección de nuestros deseos de felicidad. Recuperar la conexión de la Fe con la Verdad es hoy más necesario, por la crisis de verdad en que estamos sumidos. Con su Encarnación, Jesús nos ha tocado, y con la Fe podemos tocarlo y recibir la fuerza de su Gracia.
La Fe ilumina las realidades y conduce al Bien Eterno
El deseo de la visión global se cumplirá al final, cuando el hombre verá y amará, porque entrará por completo en la luz. A menudo, la verdad queda hoy reducida a la autenticidad subjetiva del individuo. Sin embargo, forma parte del Bien Común.
La luz de la Fe no es ajena al mundo material, porque el amor se vive en cuerpo y alma. La Teología es imposible sin la Fe, pues no consiste sólo en un esfuerzo de la razón por conocer.
Quien se ha abierto al Amor de Dios no puede retener este don para sí. La Fe se transmite como palabra y luz. Es imposible creer cada uno por su cuenta; quien cree, nunca está solo, porque la Fe tiende a compartir su alegría con otros.
La transmisión de la fe se realiza, en primer lugar, mediante el Bautismo, y alcanza su máxima expresión en la Eucaristía. Quien confiesa la Fe, se ve implicado en la verdad que confiesa. La fe es “una” por la Unidad de Dios; debe ser confesada en toda su pureza e integridad; permite valorar las relaciones humanas y enriquecer la vida común; es un bien para todos; ayuda a captar en toda su profundidad a la Familia; hace respetar la Naturaleza como una morada que se nos ha confiado; y nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo.
Gracias a la Fe, hemos descubierto la dignidad de cada persona, que no era evidente en el mundo antiguo.
Incluso la muerte queda iluminada y puede ser vivida como la última llamada de la Fe, el último «Sal de tu tierra», el último «Ven», pronunciado por el Padre, en cuyas manos nos ponemos, con la confianza de que nos sostendrá en el paso definitivo.
En la plenitud de los tiempos, la Palabra de Dios fue dirigida a María, y Ella la acogió con todo su ser para que tomase carne en Ella y naciese como luz para los hombres. En Ella, la Fe ha dado su mejor fruto. En María el creyente está implicado en su confesión de Fe.
Franciscus.
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