jueves, 25 de julio de 2013

EDITORIAL

El Papa, los jóvenes, el mundo


Cuatro meses después de haber llegado al Pontificado, nos encontramos con que el Papa Francisco, austero, popular, el de lenguaje cercano a la gente y atenciones sin mapas de protocolo; que se obstina en empujar en el mundo y para la Iglesia una montaña de valores; que tiene un discurso compasivo, pero que no le tiembla la mano para provocar correcciones, ha querido encontrarse con los jóvenes.

Este Pontífice ha planteado para la Iglesia y el mundo grandes desafíos, los cuales seguramente habrán de ser rechazados por algunos sectores de la Iglesia y por una amplia porción de la Humanidad, tarde que temprano. Pero, hoy por hoy, se empeña en restituir una mayor credibilidad para las cosas profundas de cada ser humano y desea impulsar el cambio de conductas sociales en la Iglesia, con la Iglesia y hacia fuera de la Iglesia.

Al otro lado del mundo, pero con gente que sufre necesidades propias de estos países, se ubica Brasil, envuelto en el futbol; el país de la costa, de la selva, de los grandes ríos, pero también el del notorio mundo de sus “favelas” o reductos de pobreza extrema, debido a sus problemas e injusticias sociales, a la enormidad de su geografía, a sus grandes riquezas ecológicas desaprovechadas, y a las enormes concentraciones humanas de sus megalópolis. Hasta allá ha acudido el Santo Padre con la intención de verse con cientos de miles de jóvenes de todo el orbe.

Para el caso, ellos tuvieron previamente sus Catequesis en numerosos sitios, donde Obispos de los cinco Continentes, retomando su papel de discípulos misioneros, catequistas y guías de las nuevas generaciones, también compartieron el jolgorio y la palabra, el rezo y la algarabía multitudinaria de canciones y porras, así como la particular y colorida riqueza de las expresiones culturales de ese país sudamericano.

El Vicario de Cristo, desde Brasil, se ha dirigido al resto del planeta, al bloque de los creyentes y a otras enormes multitudes. Todos hemos sido atraídos por la integridad y consistencia de su pensamiento, aunque también por su fragilidad confiada en Dios. Un Papa que en su primera Carta Encíclica “La luz de la Fe”, nos ha acercado y convocado a lo esencial de nuestro ser cristianos.

Su intención ha sido la de dar coherencia y continuidad a la convocatoria milenaria del Pobre de Nazareth; su Carta ha tratado de hacer cercana la tarea de la Fe en la vida del mundo, pues abundan los problemas y necesidades a raudales; pero, al mismo tiempo, en esta JMJ, ha venido a trabajar al interior de la conciencia juvenil, a la que ha considerado particularmente capaz y digna para integrar los logros de la civilización y la posmodernidad a la riqueza espiritual de dicha Fe.

“El Sol no puede llegar hasta las sombras de la muerte, ahí donde los ojos se cierran a su luz”, dice el Papa al inicio de su Documento; pero Cristo sí… Quien cree, ve; ve con una luz que ilumina todo”.

Hay en el mundo terremotos dolorosos que traen muerte y lágrimas; pero también hay terremotos culturales que propician movimientos interiores en la conciencia de la gente y pueden traer nuevos impulsos al Espíritu que da vida; o, si los ignoramos, a la destrucción.

La presencia imantadora y carismática del Papa Francisco en Brasil, el oleaje de entusiasmos juveniles que ha despertado, pueden ser un bálsamo ante el mundo de necesidades, conflictos y dramas dolorosos de la Humanidad, que parece se obstina en algunos errores y múltiples discrepancias, aunque también, alentadoramente, pretende renacer en asuntos profundamente humanos. Ojala que este Encuentro nos dé la alternativa de empujar a la Sociedad del futuro hacia lugares de paz, de diálogo y de convicciones que enriquezcan al espíritu.


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