Luis Sandoval Godoy
136- Dádivas quebrantan peñas
Le dijeron al otro que, por lo visto, por la manera en que se doblegaba, por el rumbo que seguía en sus actitudes, alguien arriba “lo estaba maiceando”.
El individuo se encrespó indignado, diciendo que no era un animal, que no tenía por qué hacer o dejar de hacer algo, movido por unos puñados de maíz.
No será por un suculento plato de lentejas o por un bien político o social, y ni siquiera por un rollo de billetes, pero mucho de todo eso mueve voluntades.
Harto lo sabe y bien lo ha dicho la experiencia y el modo en que se expresan las personas cuando dicen que hay dádivas que resquebrajan hasta una roca.
137- Quien recado lleva, recado trae
Se trata de ese intercambio natural en que convivimos cada uno en nuestro medio, canjeando noticias, impresiones, sustos, sorpresas y alegrías.
Eso que te quería contar, lo que está haciendo fulano, lo que anda diciendo zutano, las cosas que cuentan en el barrio acerca de la conducta de perengano.
Y se tejen las noticias de cuadra en cuadra, se va ventilando el decir y el hacer de la gente; noticia va y noticia viene; cuenta y cuento de aquí para allá y de allá para acá.
Bien está la comunicación y el diálogo; eso se llama convivir en armonioso convivio. Malos, siempre, el escándalo, la murmuración, la mentira.
138- Qué comes que no convidas
Las amistades, el trato cordial, la sonrisa y el saludo en quienes, como en una familia, viven una relación sincera de afecto y de servicio entre todos.
Antes, este tono amistoso entre las familias del barrio se expresaba en el “bocadito” como una gentil expresión; el platito, así, con su blanca servilleta deshilada.
Y surgió una convivencia tan honda, que se pudo pensar o decir que las gentes debían convidarse y compartir el pensamiento junto con los manjares ordinarios.
Esa relación de afectos debía traducirse en la mesa de unos con otros y compartir de aquello como para demostrar la profundidad y sinceridad de la amistad.
“Las amistades, el trato cordial, la sonrisa y el saludo en quienes, como en una familia, viven una relación sincera de afecto y de servicio entre todos.”
139- No tengo vela en el entierro
Que pasen los señores adelante, en ánimo piadoso de llevar en hombros, si es necesario, el ataúd de aquella persona cuya muerte es llorada entre los vecinos.
Que vengan las señoras, y cubriéndose con el negro chal, mezclen suspiros y oraciones con el parpadear tembloroso de la vela que llevan en la mano.
Y a mí que me dejen acá; yo los veo pasar desde la boca-calle; no creo tener ahora parte en este amargo ritual, en el cual tendré que ocupar un día el alto honor.
Sí, el honor de ser yo mismo el muerto, y aunque tampoco entonces llevaré vela, sí tendré que oficiar en la parte principal en que todos un día oficiaremos.
140- Echamos una cana al aire
No te hagas de la boca chiquita, pues estoy seguro de que no has olvidado aquellos dichosos días, cuando en la ebriedad de la juventud caíamos en mil excesos.
Saltos y brincos jubilosos, las excursiones temerarias por peñascales y barrancas, y los gritos desaforados y las carcajadas de fiesta en que nos sacudíamos.
Comíamos y bebíamos, salíamos por donde otros no se animaban, y aún con desafíos riesgosos hacíamos vibrar la sangre, temblar de gusto el corazón.
Acuérdate de aquellos días y compáralos con éstos. No nos quedan sino suspiros y recuerdos; hoy sólo lanzamos, como por aquí dicen, una cana al aire.
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