jueves, 18 de julio de 2013

FE Y OBRAS PARA ALCANZAR LA SALVACIÓN

CONOZCAMOS MEJOR NUESTRA FE


Jesús Verdín Cruz

Movimiento Apóstoles de la Palabra


Guarderías, higieneCUESTIONAMIENTO : Nuestros hermanos separados dicen que basta la Fe para salvarse; que es suficiente con aceptar a Jesucristo como nuestro único Dueño y Salvador personal para alcanzar la salvación, sin necesidad de las obras. Cristo, con su Redención, pagó por nuestros pecados; ya lo hizo todo, y sólo falta nuestra Fe para salvarnos. Y presentan varias citas bíblicas, sobre todo de las Cartas de San Pablo, para apoyar sus afirmaciones.

RESPUESTA: En el Invierno de 1514, Martín Lutero, el iniciador del protestantismo, afirmó tener una iluminación (la famosa “iluminación de la torre”) y creyó encontrar en ella la solución a la angustia que le causaba el pecado y el cumplimiento de la Ley de Dios. Analizó algunos textos de las Cartas de San Pablo a los Romanos y a los Gálatas, en los cuales podía leerse que bastaba la Fe en Cristo para salvarse, sin necesidad de cumplir las obras señaladas por la Ley.

Por ejemplo, en Romanos 3, 21, leía: “Dios nos hace justos sin valerse de la Ley”, y en Gálatas 2,16, leyó: “Sabemos que el hombre no llega a ser justo por la observancia de la Ley, sino por su Fe en Cristo Jesús”, etcétera. Basado en estas líneas apostólicas, Lutero escribió la célebre frase: “Sola fide” (con la sola Fe), y a partir de ahí creyó que con esto resolvía sus propias preocupaciones, pues según él no eran necesarias las obras para quedar justificado ante Dios y ser salvo.


Algunas precisiones


Sin embargo, sabemos que Lutero interpretó erróneamente el significado de los textos epistolares de San Pablo. Ya antes, San Pedro había advertido las dificultades para comprender algunos de los textos de San Pablo (2 Pedro 3,5-6). Y es que, en efecto, analizando cuidadosamente los escritos de San Pablo, encontraremos que las obras de la Ley, a las que se refiere Lutero y que San Pablo ya no considera necesario cumplir, corresponden a los cientos de preceptos y normas que están presentes en la Torá; o sea, en el Pentateuco (los cinco primeros Libros del Antiguo Testamento), y que se refieren, entre otros preceptos, a la circuncisión, a la prohibición de comer animales impuros, a la obligación de cumplir con ciertos ritos, sentencias, castigos, etcétera.

Estos preceptos legales, además de la obligatoriedad de cumplirse constituían un obstáculo por la manera de interpretarlos de parte de los Maestros de la Ley y de los fariseos, pues según ellos el cumplimiento de los mismos los justificaba ante Dios, mas no por la Gracia de Dios sino por sus méritos personales, los hacía sentirse superiores a los demás.

Por eso, San Pablo señala claramente: “No por obras; para que nadie se gloríe” (Efesios 2, 9). Mas esto de ninguna manera significa que la Fe en Jesucristo ya no necesite de obras, sino que las obras de la Ley antigua habían quedado atrás porque ahora, con la Fe en Cristo, se habría de vivir bajo la Gracia, pues Cristo había venido para darle a la Ley su plenitud, basada en el Amor: “El fin de la Ley es Cristo” (Romanos 10, 4).


Creer es insuficiente si no se ama


Es la Fe, pues, la que actúa por amor, como leemos en la Carta de San Pablo a los Gálatas 5, 6. Y esta Fe necesita de las obras, mas no aquellas obras de los antiguos preceptos, sino las obras de la Nueva Ley, sellada por la Sangre de Cristo en la Nueva Alianza. El Apóstol Santiago lo confirma de manera rotunda: “La Fe sin las obras está muerta” (Santiago 2, 14-26). Y San Pablo recalca: “Aunque tuviese tanta Fe como para trasladar montañas, si no tengo Caridad, nada soy”. (1 Corintios 13, 2). El Apóstol, aun con la inmensa Fe que tenía, manifestaba no tener segura su salvación, y por eso golpeaba su cuerpo y lo sometía. (1 Corintios 9, 27).

Cristo nos calificará en el Juicio Final, por nuestras obras (Mateo 25, 31– 46). Por lo tanto, concluiremos diciendo que la Fe es un don de Dios. Que la verdadera Fe en Cristo siempre debe ir acompañada de obras. Que la Fe sin obras está muerta. Que la Fe sola no nos salva y que las buenas obras son necesarias para nuestra salvación, sabiendo que Dios mismo es quien las inspira, para que no nos gloriemos como fariseos, ni nos llenemos de soberbia, sino que le agradezcamos por siempre, sabiendo que somos siervos inútiles, que sólo hemos hecho lo que debíamos hacer (Lucas 17,10).


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