jueves, 28 de agosto de 2014

La gente tiene la palabra

Texto y Foto: Luis Sandoval Godoy


PERS0248271- A’i la mochamos

Ora me acordaba de Tomás, un camarada que vivía al frente de mi casa, a quien por un accidente que le vino de repente, le amputaron un pie. Aquí le decíamos El Mochito.

Que quede la enseñanza, si compasiva, delicada, o con afecto de misericordiosa con que vemos al vecino, al amigo a quien aqueja dolencia, pena; acaso un mochito.

Pero la palabra en cuestión tiene en el lenguaje común el sentido de un corte, una merma, el tajo que dimos a la suma que deberíamos cubrir en exacta y cabal cantidad.

No las “mochilas” que la demagogia hace llegar a miles de estudiantes, sino las mochadas que andan también entre políticos, o cuando decimos: aquí la mochamos ya.


272- Al agua, patos

De ora que hicieron la presa en aquel lado del pueblo, en las ardorosas tardes del Verano hemos dado por gozar de aquel espejo de agua que se riza con los brillos de sol.

Y nos llena de envidia el cortejo de patos, que muy orondos y muy ufanos van tejiéndose unos con otros, en señales y dibujos que por un instante se reflejan en el agua.

Decimos que así son las pausas de dicha, las ilusiones y las esperanzas que se van tejiendo, ahora sí, ahora nada, en la existencia de los seres humanos que vamos por aquí.

Hemos de ir moviéndonos al golpe de las fugaces ilusiones del hombre, y hemos de obedecer una Ley Natural, y como los patos, mecernos en un espejo de agua.


273- Alcabo ni quería

El adverbio de tiempo viene puesto ahí por la señal de las veleidades humanas, caprichos y antojos que con trazo ligero, como en “la maldita Primavera”, tienen un curso fugaz.

La muchachilla sí quería, tuvo antojo de una paleta de vainilla que se deshace en los labios con su toque tropical que pocas de las golosinas naturales pueden ofrecernos.

Pero se hizo muy merecida, y con un dejo de rechazo en el rostro dijo que no, que ni quería ni gustaba de esas golosinas entre las comidas. Así la norma que le enseñaron.

Como en el caso de esa muchachilla aquí, a veces damos un No que es un Sí, y a veces decimos que sí en lo que de verdad nos disgusta. Esos ires y venires de la vida.


274- Al chas chas

Así quería el Mano Larga que sonaran los pesos en el hueco de sus manos el día que vendió su bicicleta para la curación y el empeño hasta lograr el alivio de su madre.

Qué mejor uso podía tener aquel dinero que vendría a sus manos como un chorro de vida, como el más querido de los anhelos de un hijo en apoyo de la salud de los suyos.

Ese sonido como arpegio musical, chas chas, y viendo juguetonas y livianas aquellas monedas. Pudo comprobar, así, que el ser más querido en la vida podía volver a tener salud.

Cuántas veces nos gustaría disfrutar de ese chas chas de bendición, como un canto aunque monótono y sordo nos hiciera oír el son poético del Poeta, en una “gota categórica”.


275- Al mal paso, darle prisa

A Urías Rojas le decimos El Zacatón porque, según eso, es muy timorato y miedoso; a nada se decide de aquello que requiere el hombre en la lucha por conquistar su meta.

Si es un trabajo, No, porque se le cansa el brazo, se le agita la respiración. Si tiene que tomar un remedio, tampoco, pues tiene un sabor amargo y teme que le dé un mareo.

Los hombres grandes deben tomar las determinaciones que se necesiten, mostrar temple, tener arrojo, y si hay que hacer aquello, realizarlo desde luego, sin melindres ni chiqueos.

Los hombres zacatones, como el buen amigo Urías, se quedan a medio camino, nunca llegan a consumar las altas hazañas que dan honor a un nombre, ennoblecen al hombre.


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