Juan López Vergara
Nuestra Madre Iglesia ofrece hoy una escena del Santo Evangelio que nos exhorta a contemplar con inmensa gratitud el comprometido y comprometedor Misterio de la Cruz. Jesús formuló una clara antítesis: ante Dios no valen los criterios humanos, pues su Mensaje se circunscribe a una invitación al seguimiento radical (Mt 16, 21-27).
El Misterio del sufrimiento
Inmediatamente después de que los discípulos, en boca de Pedro, su portavoz, hicieran su primera Profesión de Fe, San Mateo introduce el primer anuncio de la Pasión: “Desde entonces, comenzó Jesús a anunciar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para padecer mucho allí de parte de los Ancianos, de los Sumos Sacerdotes y de los Escribas; que tenía que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día” (v. 21). El Evangelista se sirve de la frase ‘desde entonces’, para marcar el inicio de una nueva sección en su Obra (compárese: 4, 17, donde empieza la enseñanza de Jesús en Galilea). El Gran Consejo, representante de los ricos, los líderes religiosos y los intelectuales, será el responsable de la Muerte de Jesús. El verbo griego ‘dei’, traducido por ‘tenía que’, destaca el hondo Misterio del designio divino.
¡Ve detrás de Mí!
Pedro, entonces, mostró su completo desacuerdo, y llevándose aparte a Jesús, el Maestro, lo reprendió (véase v. 22). Nunca debemos olvidar que “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24). Conforme a una lectura literal del texto griego, leemos que enseguida Jesús le ordenó a Pedro: “¡Ve detrás de Mí, Satanás!” (v. 23). La expresión ‘ir detrás’ es un término que alude al discipulado (compárese Jn 1, 27). Jesús, el Maestro, le recordó a Pedro, ciertamente con gran dureza, que su puesto es el del discípulo, lo que significa su deber de ir siempre detrás de Él.
Todo lo puedo, en Cristo que me da fuerzas
Luego, el Señor dijo a sus discípulos: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga, pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por Mí, la encontrará” (vv. 24-25).
Recuerdo el testimonio de un buen amigo que estaba pasando una tremenda crisis depresiva, no obstante haber seguido cuidadosamente todas y cada una de las indicaciones que los expertos le habían prescrito. Cansado, muy cansado, acudió a un sabio y humilde Confesor, quien le cuestionó: “¿No le estará pidiendo Jesús que lo acompañe en su Cruz; que se suba y comparta el profundo sinsabor de su sufrimiento inocente?” Aquel amigo, con inefable sinceridad, confesó que al contemplar en su Fe al Crucificado, si bien el atroz sufrimiento no cesó de inmediato, al menos encontró que en el corazón de semejante Misterio había un sentido que lo colmaba de esperanza, y agradecido, rezaba con San Pablo: “Todo lo puedo, en Cristo que me da fuerzas” (Flp 4, 13).
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