jueves, 7 de agosto de 2014

Hace medio siglo se nos recordaba: El hombre, como bien común

“Lo que cuenta para nosotros es el hombre, cada hombre, cada agrupación de hombres, hasta la Humanidad entera”.

Populorum Progressio.


Sección Familias, Pastoral de la Familia


En algunas ocasiones el bien común termina por convertirse en una pantalla abstracta, teórica, y muchas veces quizá hasta utópica, en especial en los albores de esta Sociedad postmoderna, pues, para muchos, pensar siquiera en la noción de común pareciera apartar el individualismo y los valores (si así puedan llamarse) imperantes en la época actual.

Difícil es hablar de común en un mundo para el que la realización personal pareciera ser de carácter individual, y el otro y lo otro quedan excluidos, ajenos al proyecto de vida y, por ende, fuera de la responsabilidad de cada persona. El imperante mimetismo (como lo denomina José Pérez Adán) de la época, caracterizado por la búsqueda de satisfactores personales, ha provocado que la noción y realización del bien común se viva, en el mejor de los casos, sólo en el ámbito privado y, en el peor de los escenarios, se difumine hasta su desaparición.


Apetencias


Estamos hechos para hacer el Bien

Más de una vez, en algún discurso hemos escuchado que el hombre es el fundamento del bien común; sin embargo, muy pocos se han preguntado el real significado y alcances de esta afirmación. Por eso pretendemos analizar de manera breve la necesidad que tiene el hombre de reconocerse y reconocer al otro como “bien común”, pues la despersonalización del Bien es uno de los factores que contribuyen a la no propagación del bien común.

Quizá la primera idea con que intentamos explicar por qué puede y debe considerarse al hombre como bien común, está ligada a que éste es el único ser capaz del Bien, y que realiza actos humanos que podrán evaluarse como buenos o malos.

Empero, no podemos quedarnos con esta visión reduccionista y mecanicista acerca del hombre, sino ir un paso más allá y reconocer el valor del hombre en su SER; es decir, “reconocer que no son la inteligencia, la conciencia y la libertad las que definen a la persona, sino que es la persona quien está en la base de los actos de inteligencia, de conciencia y libertad”. Afirmar que la persona es valiosa en su ser en cuanto ser, es el fundamento de propagación del Bien.


La familia es la base

El hombre es un ser que, según Aquilino Polaino, es, por definición, excéntrico; esto es, está tanto más centrado y es más maduro, cuanto más pone el centro de su vida en los demás. No puede perfeccionarse, pues, más que en el encuentro con el otro, en la búsqueda y consecución, no del bien individual, sino del bien común.

Ahora bien, el reconocimiento y la vivencia del valor intrínseco de la persona se da de manera natural y particular en la familia, pues es en el hogar donde de forma más clara se percibe y aprende dicha valía humana desde diversas perspectivas. La primera de ellas, porque en su seno se recibe a la persona como un don gratuito, como regalo recibido, donado. En segundo plano, no menos importante, porque dentro de esta institución ningún miembro puede ser sustituido por otro. Y, por último, porque siendo este espacio el primer laboratorio de las relaciones sociales, se aprenden y practican los principios de solidaridad, subsidiaridad, justicia y caridad a través de la vivencia de los diferentes estados por los que se atraviesa: conyugalidad, paternidad, filiación y fraternidad.


Ayuda mutua

Si queremos construir y vivir en una Sociedad que se rija por el principio del bien común, primeramente debemos reconocer el valor personal de cada uno de nosotros para lograr ver en el otro un Bien que, a la inversa de los bienes materiales, entre más se da, más se posee y más común se vuelve.

Reconociendo la bondad inalienable de cada ser humano, la propagación y multiplicación del Bien no únicamente en el momento presente sino futuro es posible, porque el hombre se asume como responsable de sí mismo y de los demás, de aquellos que estuvieron y construyeron para nosotros, de aquellos que estamos y convivimos, y de aquellos que vendrán y continuarán la historia humana.

Ante la actual escasez de muchos bienes, abrigamos la esperanza de la abundancia de hombres y mujeres creados por el Bien, como un Bien y para el Bien.


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