jueves, 28 de agosto de 2014

¿Es posible el consuelo para quien pierde un hijo?

Querida Lupita:


Nos sentimos terriblemente devastados mi esposa y yo. Esperamos a nuestro hijo con gran ilusión estos nueve meses, pero murió durante el parto.

Hemos hecho las cosas muy bien, nos casamos con la Bendición de Dios, hemos ido dando pasos en orden y no podemos explicarnos este dolor, que parece tan injusto. No quisiera preguntar; pero, ¿por qué?


Rodolfo D.


Estimado hermano mío, Rodolfo:

photos.demandstudiosHay momentos en que las palabras sobran. Un abrazo fuerte y solidario nos reconforta un poco, pero nada parece tener sentido. Recibe ese abrazo, y al menos date cuenta de que no están solos.

En esta vida terrena, el dolor más profundo y la alegría más grande son pasajeros. No duran para siempre. Sólo experimentaremos plenitud en la eternidad, cuando estemos cara a cara en presencia de Dios.

¡Tu hijo ya está ahí! Nuestros hijos no son nuestros, sino de Él. Nuestro Señor nos los confía para que se los regresemos, para que formemos su corazón y los preparemos de camino al Cielo. ¡Ustedes ya cumplieron su misión!

Estos meses de espera e ilusión, estos preparativos y todo su amor puesto al servicio de su bebé, fueron motivo de inmensa alegría para Dios. Él pudo ver sus corazones y su entrega, y no tendrá para ustedes sino sólo bendiciones. Aunque no puedan verlas ahora y necesiten consuelo y ternura de parte de todos nosotros, llegará el momento en que puedan ver con claridad, e incluso estar agradecidos porque la Sabiduría de Nuestro Señor es infinita y supera con creces nuestra mirada corta.

¡Fue lo mejor para él; lo mejor, no lo duden! Para quienes tenemos Fe, la meta es el Cielo.

De acuerdo al modelo clásico de Kübler-Ross, el proceso de duelo implica vivir varias etapas: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. No se dan en orden, ni todas en todos. Hay quienes sólo experimentan dos de ellas, y con frecuencia son depresión y aceptación. Es tiempo de comprenderse mutuamente como esposos, acompañarse en un proceso que terminará con la resignación bien entendida: resignar es dar un nuevo significado a algo.

Esta dolorosa pérdida no es una tragedia, sino una bendición; no es una desgracia, sino un regalo. Ustedes saben en carne propia lo que es querer dar la vida por el ser amado. Ustedes saben lo que es perder lo que más se ama, y saben la importancia que tiene el ser apoyo uno para el otro en los momentos en que la tormenta parece devorarlos. ¡Cuánto bien van a hacer ustedes, como pareja, acompañando y consolando a otros que pasen por una experiencia similar!

Para el cristiano, la muerte es una ganancia. Así lo afirma San Pablo en su Carta a los Filipenses: “Porque para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia” (Fil. 1,21). Jesucristo nos garantiza la existencia de la vida eterna. Su pequeño es como un angelito ahora, a quien no le tocó experimentar nuestra debilidad. Los que quedamos aquí sufrimos si nos vemos demasiado a nosotros mismos, pero si le miráramos a él, a quien fue elegido para estar en presencia del Señor, entonces los consuelos llegarán como bálsamo sanador a nuestro corazón. Mira a tu pequeñito feliz y ofrece tu renuncia con devoción.

Además, prepárense para el regalo, porque “cuando Dios te pide, es porque te quiere dar”.



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