Luto en las Letras de Jalisco
Texto y Foto: Luis Sandoval Godoy
La partida del Maestro Ernesto Flores Flores deja un vacío en las Letras jaliscienses que nadie podrá llenar en la medida y en la hondura con que él supo plantarse en su calidad de Maestro, de Investigador, de Escritor, de Guía en el desarrollo literario en que cientos, miles quizá, de sus alumnos, hallaron rumbo en sus vidas y alcanzaron un digno sitio en el cultivo de las Bellas Letras.
Primero el Pentagrama
Un día, desde Santiago Ixcuintla, Nayarit, amaneció Ernesto en Guadalajara, y atendiendo apenas a los estudios universitarios a que su familia lo indujo, empezó a destacar en el gusto, la difusión y el cultivo de la Buena Música. Así, muchachillo intrépido, se presentó allá por los años cincuenta del siglo pasado ante don Jesús Álvarez del Castillo y le pidió sitio en las páginas de El Informador para comentar los eventos musicales que se registraran en la ciudad.
Así empezó y duró por algún tiempo firmando una Columna de comentarios musicales con el nombre de Gil Blas, que tomó de un famoso comentarista español de la época. José Luis Meza Inda lo recuerda en las noches, después de los Conciertos de la Orquesta Sinfónica de Guadalajara, entonces bajo la Dirección de Helmut Goldman, como un jovenzuelo con desplante abierto, risueño y comunicativo, en la Sala de Redacción del Periódico, escribiendo su Columna.
Fueron los tiempos en que la inquietud de Ernesto Flores lo llevó a formar un grupo de muchachos amantes de la cultura musical, escuchando, promoviendo y buscando cauces de información y conocimiento de la Música de altura. Formaron lo que llamaron “Juventudes Musicales”. Obvia decir que esta pasión por la Buena Música fue un distintivo en la vida de Ernesto. Así lo dejaron ver su enorme Colección de grabaciones de las obras de los grandes Maestros, en discos de acetato, en tal cantidad, que llenaba un enorme anaquel de su sala, desde el piso hasta el techo. Y también la gran cantidad de partituras, y la amistad y convivencia con el Maestro Hermilio Hernández, de quien, por cierto, llegó a publicar varias de sus obras inéditas, en las Revistas universitarias “Cóatl”, “Esfera” o “La Muerte”, desde la Universidad de Guadalajara.
Y qué más que hablar de su esposa, Carmen Peredo, reconocida y ameritada Maestra de Piano, con quien contrajo matrimonio, sirviéndose, sin duda, como punto de cercanía y de identidad, del mismo cultivo de la Música. O el renombre que al tiempo alcanzaron sus hijas, con grados de reconocimiento universal en países europeos, por sus excelentes dotes en la maestría de diversos instrumentos.
Escritor, Literato y Docente
Espíritu enamorado de la belleza en sus manifestaciones más profundas, destacó luego en las Letras como Maestro que gustó y enseñó a sus alumnos a saborear las exquisitas expresiones del decir literario, en las clases que cubrió por más de 30 años en la misma Universidad. Y aquellos muchachos de ayer, que con embeleso y fruición seguían las exposiciones del Maestro, iban luego a su casa, y a cualquier hora de cualquier día, llenaban su sala y se sentaban a su lado, atentos y emocionados, siguiendo los comentarios de Ernesto, porque ni él se cansaba de exponer sus temas, ni los jóvenes de escucharlo. Ahí se veía y se mostraba lo que nunca llegó a verse entonces ni se ha llegado a ver en otro Maestro: su casa, siempre de puertas abiertas, y él siempre en ánimo, en sonrisa, en fiesta, hablando de los grandes Maestros de la Literatura, mientras sus alumnos, con insaciable avidez, captaban sus palabras y su capacidad extraordinaria de acercarlos a las obras literarias.
Entre su amplia y variada Bibliografía, además de su personal obra poética y narrativa, destacan sus libros, en autoría de excelsa calidad analítica e investigativa, sobre el Poeta Francisco González León desde la Ciudad de Lagos de Moreno, en la penumbra de tardes provincianas; sobre Ramón López Velarde y el demonio de las influencias y de las semejanzas literarias; sobre el Padre Alfredo R. Placencia Jáuregui y el ajenjo en su alma soportando una inquietud apostólica traída y llevada por más de 20 pueblos de la Arquidiócesis. Todo eso, y la cercanía y amistad con Juan Rulfo, con Agustín Yáñez Delgadillo, con Juan José Arreola, Salvador Echavarría, Adalberto Navarro Sánchez, Arturo Rivas Sáinz, Emmanuel Carballo, Silvia Quezada, Marta Cerda, Augusto Orea Marín, Amalia Guerra, etc., colocaron el nombre de Ernesto en sitial de honor dentro del estudio y cultivo de la Literatura jalisciense.
También tuvo gran proximidad con Alfonso de Lara Gallardo, de quien admiraba la sutileza y dominio de sus líneas tan blandas en el Dibujo y la Acuarela, y con el Padre Benjamín Sánchez Espinoza (“Fray Asinello”), en cercanía tan estrecha, tan purificada en los destellos espirituales de este Poeta, que se dio el caso de que el Padre Benjamín le concediera las primicias de uno de sus poemas más bellos, El Poema del Amor Invencible, compuesto de 10 Sonetos de encendida espiritualidad y de clásico y perfecto trazo, para que Ernesto lo publicara, antes que nadie, en la Revista “Esfera”, del Otoño de 1976.
Un adiós emocionado y
agradecido
Ahora se ha ido Ernesto Flores Flores, y entre las remembranzas a su partida, entre los desvaríos, inexactitudes de algunos Medios escritos y hablados, merece ser destacada, por su alta valía, la Nota de Jorge Souza, con su enfoque, su expresión, su calidez, su penetración profunda en la Poesía de Ernesto, “Investigador sorprendente, Cuentista meticuloso y preciso, Poeta desgarrado, Musicólogo exhaustivo y Maestro de numerosas generaciones…”
Y ante el dolor de su partida, en el luto en que deja envuelto a Jalisco, cabe finalizar este sumario recuerdo, mientras esperamos el testamento del Maestro, el regalo póstumo de su pensamiento y de su visión en temas, eventos y personalidades de la Literatura jalisciense, en la publicación de algunos de sus “Ensayos” que deberán aparecer en próximas semanas, y concluir con las expresiones de Jorge Souza, publicadas en el Periódico Milenio, el martes 4 de marzo, el mismo día de su muerte, y así despedirnos de él, en el Templo Expiatorio, “bajo la luz vespertina que cuajaba los vitrales, y en los acordes del Réquiem que sacudían el alma”.
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