jueves, 13 de marzo de 2014

¿Hasta cuándo tendremos justicia social?

Empleo de calle


Alberto Gómez Barbosa


“No podemos pedir que nuestros pensionados y familias trabajadoras carguen sobre sus hombros con la reducción del déficit gubernamental, mientras no pidamos nada a los más ricos, a los más poderosos”… Esta aseveración, que manifiesta la aceptación de la desigualdad imperante y la necesidad de revertirla, no fue hecha por un líder de la llamada “izquierda” de algún país pobre. No. La expresó, en el mero Capitolio, Sede del Congreso de Estados Unidos, el Presidente Barack Obama, Mandatario del país más poderoso del mundo.

La Reforma Fiscal, recientemente aprobada por el Congreso mexicano, y obligado paso anticipado a la entrega de PEMEX a capitales foráneos, que mermará los ingresos del Estado mexicano en un 35%, pone sobre los hombros de las clases pobres, entre las que se encuentra el 70 % de los mexicanos, la mayor parte de la carga fiscal que hará falta, pero respeta los injustos privilegios de que goza la gran clase empresarial, agudizando así la disparidad que se ha acentuado en la Nación desde hace 30 años con la imposición de la doctrina económica neoliberal, que Gobiernos de distinta procedencia partidista han sostenido como programa económico, el cual ha sido muy beneficioso para los grandes emporios, pero muy pernicioso para las clases pobres en sus distintos estratos.


Se agranda la pirámide

Debido a ese neoliberalismo, no crece la Economía, no se generan empleos justamente remunerados y apoyados con la indispensable Seguridad Social: Educación y Salud gratuitas; pensiones justas para quienes rebasaron sus años de trabajo y deben tener descanso en la vejez.

La situación de pobreza en que se encuentra la gran mayoría de las familias, obliga al trabajo de niños y ancianos -los más vulnerables de la Sociedad-, quienes en el medio rural realizan, desde hace mucho tiempo, labores no remuneradas y sí muy pesadas en apoyo al hogar mediante la siembra y recolección de frutos de la tierra que, por otra parte, poco reditúan, pues cuando no los perjudica la sequía o las plagas, los perjudican intermediarios y empresas dedicadas a la comercialización de productos agropecuarios que de inmediato bajan sus precios de compra. De la industrialización y venta de productos del campo, ha surgido una casta de enriquecidos en tierras de miseria.

Y qué decir de las penurias que pasan en las ciudades los desprotegidos campesinos que, como el “Jacinto Cenobio” que cantara Pancho Madrigal, vinieron del campo a la ciudad siguiendo el espejismo de una vida mejor, sólo para encontrar la realidad de una diferente pobreza pero un igual desamparo. Sirvientes, jardineros, cargadores, vendedoras de muñequitas de estambre, de papas fritas, son compatriotas discriminados por su origen y su pobreza. Y en cuanto a los jóvenes, están inmersos también en los grupos de pobreza urbana, sin escolaridad suficiente, sin empleos dignos, sin oportunidades; se ven obligados a vagar, a convertirse en limpiaparabrisas o en sicarios, y van dejando su vida, corta y difícil, en las calles citadinas.

Hay ocupaciones menores a las que podríamos denominar “de élite”, como la de los llamados “cerillos” en tiendas de autoservicio, empleados de los que no se hacen cargo los dueños de los negocios, quienes, “generosamente”, permiten que niños o adultos mayores, necesitados, carentes de pensión, embolsen en contaminantes plásticos las compras de la clientela. Éstos no tienen sueldo ni prestaciones. Menos mal que, monedita a monedita, las propinas de los clientes conforman un ingreso que, según me han dicho, es mayor al del propio cajero a quien ayudan; cajero que además de turnos muy pesados, tiene la responsabilidad del dinero que maneja. Ser “cerillo”, pues, puede resultar un trabajo de élite en la ciudad, aunque lo desempeñen menores y adultos mayores que deberían encontrarse, unos en la escuela y los otros en el merecido descanso.


La injusticia de la desproporción

Deben atemperarse la opulencia y la miseria. Ese justo deseo lo dejó plasmado el Cura José María Morelos en sus “Sentimientos de la Nación”. Por ello se le rinden honores, pero nada ha pasado al respecto, y de eso hace ya 200 años.

Se encuentra en manos de unos cuantos la mayor parte de la riqueza del país, y esos cuantos no contribuyen con los debidos Impuestos al bienestar general. Se ha dicho que “en México, la clase trabajadora no tiene trabajo; la clase media no tiene medios, y la clase alta no tiene clase”. Urge empezar a revertir esa situación. Que quien tiene mucho colabore en proporción a su riqueza para el bien común, y que aquellos que poco tienen, puedan acceder, por la intermediación de un Estado sano y honesto, a la Educación, servicios de Salud y pensiones adecuadas, obtenidas como fruto del trabajo honrado y de los excedentes administrados por el Estado -pues ésa es la función de políticos verdaderos- para lograr un país más igualitario y justo.

Se puede soñar. Y se puede empezar a trabajar por ello, cada uno en su puesto, como ciudadano, vigilando y exigiendo justicia social, que debe ser la aspiración de toda persona de buena voluntad.


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