jueves, 6 de marzo de 2014

Dios no aceptar jugar con ventaja

Juan López Vergara


Nuestra madre Iglesia dispone en la Mesa de la Eucaristía el texto del Evangelista San Mateo que relata las tentaciones, pues Jesús, habiendo decidido dar cabal cumplimiento al Plan de Dios -como el propio Evangelista expone en la escena inaugural del Bautismo-, deberá ahora enfrentar las pruebas surgidas de su elección (Mt 4, 1-11).


Inmerso en el conflicto

Es sorprendente la forma como inicia el relato: “Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el Demonio” (v. 1). El objetivo del Espíritu es que Jesús sea tentado. No lo exime del conflicto, sino que lo introduce en él. Se trata de una confrontación entre el Espíritu de Dios en Jesús, y Satanás, para demostrar la fuerza del Mesías. Enfrentar las pruebas implica preparación; de ahí que Jesús pasara cuarenta días y cuarenta noches sin comer (véase v. 2).


Con la fuerza de la Palabra

El tentador se dirige a Jesús dando por supuesto que es el Hijo de Dios, y procura desviarlo de su misión ordenándole lo que debe hacer: “Manda que estas piedras se conviertan en panes” (v. 3). Semejante tentación pretende inducir a Jesús a obrar en beneficio propio, dejando a un lado el Proyecto de Dios.

Jesús responde fundándose en la Palabra de Dios: “No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda Palabra que sale de la boca de Dios” (v. 4, compárese Dt 8, 3). El Diablo lo conmina a acomodarse a las doctrinas en boga, que entronizaban a un Mesías triunfalista. Y, haciendo mal uso de la Escritura, le propone forzar la acción de Dios (véanse vv. 5-6). Jesús, entonces, contesta: “También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios” (v. 7, compárese Dt 6, 16).

El adversario, por último, conduce a Jesús a la cima del monte, para ofrecerle el imperio universal con la condición de que lo adore (véanse vv. 8-9). Jesús zanja la cuestión con una orden: “Retírate, Satanás, porque está escrito: ‘Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él sólo servirás’” (v. 10, compárese Dt 6, 13).

Jesús termina triunfante con la fuerza de la Palabra de Dios.


Jesús sí que nos comprende

El Evangelista presenta la seductora tentación del poder en su triple dimensión: riqueza, prestigio y dominio. La absoluta lealtad de Jesús al Plan Divino provocó la derrota del enemigo (véase v. 11). Para San Mateo, esas tentaciones anticipan las propuestas contrarias a un mesianismo triunfalista, que Jesús iría rechazando a lo largo de su vida.

Al inicio de la Cuaresma, con profunda gratitud reflexionemos sobre el Misterio que entraña la Humanidad de Jesús, la cual le permite comprender nuestras limitaciones, “pues no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, ya que ha sido probado en todo como nosotros, excepto en el pecado” (Hb 4, 15).

Jesús compartió y comparte por siempre nuestra condición humana, incluso su distintiva conflictividad interna. Esto, desde nuestra Fe Cristiana, significa que Dios, al hacerse hombre, ¡no acepta jugar con ventaja!


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