Juan López Vergara
El pasaje evangélico que nuestra Madre Iglesia propone para el día de hoy, presenta el conocido encuentro de Jesús con la Samaritana, que nos hace ver una de las transformaciones más hermosas suscitadas por el Señor, cuando aquella mujer, de mala fama, se convirtió en Mensajera del Santo Evangelio (Jn 4, 5-42).
La Salvación viene de los judíos
La escena es de tal riqueza, que nos limitaremos a comentar dos de sus aspectos más relevantes: Jesús se sentía orgulloso de los suyos, de ser integrante del pueblo hebreo. El Evangelista subraya esto cuando relata que Jesús reconvino a la Samaritana: “Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos. Porque la Salvación viene de los judíos” (v. 22). Es la única ocasión en los Evangelios en que vemos a Jesús incluirse en una oración (compárense: Mt 6, 9; Lc 11, 2).
Jesús conoce y aprecia pertenecer al pueblo judío, consagrado a Yahvé, que lo escogió por pura Gracia: “No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos, se ha prendado Yahvé de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de los pueblos; sino por el amor que os tiene” (Dt 7, 7-8).
El Cardenal Martini nos invita a ponderar: “Un atraso que debe pesarnos es el no haber considerado vital nuestra relación con el pueblo hebreo. La Iglesia, cada uno de nosotros, nuestras comunidades, no pueden entenderse ni definirse sino en relación con las raíces santas de nuestra Fe y, por tanto, con el significado del pueblo hebreo en la Historia, con su Misión y con su llamada permanente” (Un Pueblo en camino, Paulinas, Bogota 1986, Pág. 76).
El Señor siempre nos da una oportunidad
Un segundo aspecto es la forma respetuosísima en que Jesús se relaciona con la mujer, superando los esquemas de su tiempo, al extremo de que sus seguidores se extrañaron: “En esto, llegaron sus discípulos y se sorprendieron de que estuviera conversando con una mujer; sin embargo, ninguno le dijo: ‘¿Qué le preguntas o de qué hablas con ella?’” (v. 27). Los discípulos no se animaron a decirle algo. Jesús adopta una postura exenta de prejuicio respecto a la mujer, que para Él posee el mismo valor y dignidad que el varón.
Según el relato del Evangelista San Juan, Cristo propició que la Samaritana se convirtiera en alguien que jamás hubiera imaginado: la primera Mensajera de la Buena Nueva, ya que “muchos samaritanos de aquel poblado creyeron en Jesús por el testimonio de la mujer” (v. 39).
El Señor siempre nos da una oportunidad, porque sabe mirar al corazón.
Mirémonos en el espejo
del Señor Jesús
Los invitamos, a partir de esta reflexión del Evangelio, a mirarnos en el espejo del Señor Jesús, contemplando cómo vivió Él. ¿Valoramos realmente las raíces judías de nuestra Fe, tal como nos enseña el Salvador? En el caso de los varones: ¿Tratamos a la mujer en la Sociedad, en nuestras familias, en la Iglesia, con el mismo respeto mostrado por Él?
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