Cuaresma en un mundo difícil
El mundo está convulso, enfermo. Cierto, no son estertores de muerte, pero sí síntomas de manifiesta descomposición. La escala de valores tradicionales se disuelve en el espejismo de la felicidad rápida que se ofrece a diestra y siniestra. Estos males no son cáncer de muerte súbita; son signos graves que exigen respuestas valientes y de conjunto en la vida social y cristiana de nuestros días.
La Cuaresma es tiempo de lucha para obtener la Victoria contra el Mal. Para alcanzar el gozo de la limpieza, es necesario el despojo de nuestra propia escoria, la purificación de la conciencia, la penitencia que transforma el corazón, y la misericordia, que nos hace hermanos con los que sufren. La Cuaresma no es sólo una “temporada” religiosa, sino que debe ser medicina frecuente y objetiva en la Sociedad. Cualquier mal debe hacernos reaccionar valiente y solidariamente.
En lo personal, hay tiempos para exorcizar fiebres de maldad, exudar los virus que contaminan nuestra existencia con el egoísmo, la vanidad, muchas clases de soberbia que hoy se presentan con vestidura de modernismo, y que no son sino crasa mentira. En la Familia, en la Sociedad, en las Naciones, hay también caminos de conversión. Por ende, hay que aprender a enjuiciar los males sociales, ser testigos de los daños, tener valor para señalarlos y terminar por expulsarlos gracias a la denuncia y a la conciencia de grupos. Nunca debemos escondernos detrás de convenios vergonzantes o bajo la corrupción generalizada.
Y, en el plano internacional, están presentes la guerra en Siria, los problemas políticos y económicos en Ucrania, que los orillan a la manifestación y la violencia… las inconformidades en Venezuela, que son espejo de la desilusión a pesar de la promoción del aparato oficial
Hoy es urgente descontaminar el cuerpo social; tarea permanente. Los pueblos deben hacer uso de la palabra para la queja, la denuncia, el voto libre que exprese su personal decisión; que no haya manipulación del aparato gubernamental. En el pasado, se discutió mucho sobre la “conciencia del oprimido”; quizás no gustaron las palabras, pero se avanzó bastante en la educación popular.
En todos los Gobiernos es saludable el ejercicio de una democracia transparente. Aquí, por ejemplo, en Pemex, cuya corrupción es reiteradamente señalada, se requiere una tarea cuaresmal, un despojarse de las máscaras para ganar credibilidad. En el Senado y en la Cámara de Diputados se han evidenciado las tristemente célebres “mochadas”. Los casos de corruptelas en la obra pública amañada llevan consigo, casi permanentemente, esa grave mancha que avergüenza a todos y escupe a los más pobres de la Patria. Y aquí, entre nosotros, necesitamos también aires nuevos y compromisos claros en cuanto al problema del transporte público urbano; soluciones tantas veces pospuestas. Éstos y otros muchos, son problemas añejos que exigen imaginación y decencia en los Gobiernos, así como la exigencia de los ciudadanos.
Abundan los llamados urgentes a la recomposición social para purificar fallas y lacras. La penitencia cuaresmal aborda esos males, pero no como ejercicio académico, sino como conciencia que quiere transformar. No bastan, pues, la crítica mordaz, la jerga que denuncia para el lucimiento de los Medios, las mesas de expertos para alcanzar ratings y ganancias. Todo eso, de alguna manera, da cierto respiro a la Sociedad para tomar conciencia y llamar a la solidaridad; pero apremia más el ser valientes ante las corruptelas. Es menester la práctica permanente de los derechos ciudadanos, salvar nuestra propia dignidad, no dejar engatusarnos por las apariencias ni por falsas promesas ni por extorsiones disfrazadas que golpean una y otra vez a los más pobres. Michoacán, y todo México, tenemos la palabra.
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