La Economía, un aparejo excluyente
La Iglesia Universal, en días próximos, reconocerá las virtudes, en grado de Santidad, de dos Sumos Pontífices emblemáticos en la segunda mitad del Siglo XX. Se trata de aludir a la misma Iglesia, en distintos momentos y circunstancias, pero cuya Doctrina advierte siempre puntualmente el desarrollo inequitativo y la problemática que incide en el uso de los bienes.
Hemos construido un mundo vasto en Ciencia y Tecnología, pero escaso en humanismo. Muchas generaciones han sido herederas y constructoras de un planeta desigual porque todas sus decisiones se basan y surgen de criterios puramente económicos. La guerra, y la paz incluso, han dependido de estos factores. La cultura internacional, los criterios de relación, progreso, convivencia, se gestan en reuniones cumbre, donde se calibran o se abortan las decisiones económicas. Ahí están sentadas las 20 grandes Economías del orbe, que son paradigma de la grandeza cósmica.
Esas fuerzas monetarias de naciones y organismos han reemplazado las decisiones de todos: pueblos, empresas, instituciones y familias. Hoy, las poderosas Economías están al servicio solamente de algunos cuantos, los “desarrollados”, que han usurpado la dignidad de la mayoría de las personas y países, enrareciendo el clima para vivir de una manera plena y más justa las aspiraciones colectivas y cotidianas.
De Norte a Sur, de Oriente a Poniente, la vista y el pensamiento chocan con escalofriantes desigualdades socioeconómicas. La Historia reciente se desangra en problemas acuciantes. La danza de los millones va a parar a un embudo de beneficio inequitativo. La grandeza tecnológica en investigaciones de salud, educación, vivienda, alimentación, refleja su contraste en el mapa de la pobreza, el analfabetismo, el hambre, la desnutrición y enfermedades curables que se vuelven incurables para los desheredados y se extienden por doquier.
El Papa Francisco, recién ha señalado que somos administradores y no dueños de los bienes; la congruencia radica en actuar según lo señala el Evangelio: “El administrador fiel y prudente tiene el deber de cuidar todo lo que le ha sido confiado”. Así, los organismos, los países, las personas, también la Iglesia, deben de ser conscientes de que tienen una responsabilidad de “tutelar y gestionar con atención sus propios bienes”. La riqueza tiene que desarrollarse en particular “hacia los necesitados”.
Pero en todas partes se puede contemplar que las decisiones de peso continúan siendo llevadas a término por criterios exclusivamente mercantilistas. ¡Mírense los presupuestos de Gobiernos de todos los niveles! Examínese el gasto corriente, lo destinado a la Educación, los criterios de distribución, la inflación que ostentan las regalías en los contratos y las adjudicaciones.
La Exhortación Evangelii Gaudium -se ha comentado-, no es un Tratado de Economía, pero aborda con claridad el cáncer de la desigualdad en el mundo. En el corazón del Evangelio está el asunto de la pobreza y la justicia en el mundo. En su diagnóstico, el Papa hace apreciaciones en cuestiones económicas, contundentes. Su manera de hablar ha sacudido conciencias y ha despertado simpatías con aquellos que piensan diferente en relación a los excesos del libre mercado. Se abre un cúmulo de iniciativas ante tanta pobreza.
A lo largo del Siglo XX ha habido muchas Encíclicas de índole social; pero lo que ahora dice el Papa Francisco ha tenido una especial repercusión y preocupación en el ánimo de muchos, al reafirmar la misión específica de la Iglesia en este sentido, que contempla e implica “el bien común”, en la perspectiva “del desarrollo integral de la persona”.
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