jueves, 6 de noviembre de 2014

EDITORIAL

Violencia nacida de las excesivas desigualdades


Siempre ha habido violencia en algún rincón del planeta, pero es doloroso cuando se hace rutina para pretender solucionar dificultades; cuando los Comunicadores que forman opinión subrayan con preocupación lo que la Prensa liviana exhibe para vender; cuando los Gobiernos tejen marañas de declaraciones; cuando la gente se pone a rezar e invoca milagros con tal de lograr sobrevivir sin tanto riesgo. Y todo esto significa que las circunstancias duelen, que el asunto merece reflexión, que estamos hartos de los motivos que lanzan a muchos a aniquilar al prójimo como último recurso.

Por otra parte, el problema se magnifica cuando existe, como es nuestro caso, una línea muy frágil entre los que supuestamente deben vigilar, proteger la vida y aplicar las Leyes, y aquellos que las transgreden; cuando se observa una generalizada crisis de legitimidad y confiabilidad en quienes gobiernan con una mano puesta hipócritamente sobre el Libro de las Leyes que nos rigen, y la otra extendida para recibir la dádiva. Se ha visto que el crimen organizado con demasiada facilidad penetra gobiernos y gobernantes e involucra a las víctimas con los represores.

Hoy, el mundo, desde diversas trincheras, habla de la exacerbada violencia en México. En una Sociedad cuyos Gobiernos debieran ser garantes del bien común, la sospecha de que no lo hacen así, disuelve la confiabilidad. La lista de crímenes y deslealtades surge por doquier; basta mirar la bitácora callejera de cualquier Estado, Municipio o población.

Hasta no hace mucho, los focos de discordia y muerte rondaban las periferias del mundo, los lugares remotos y casi desconocidos de la Geografía, pero ahora están aquí entre nosotros y a la vista de todos, cotidianamente. Entretanto, nuestras Autoridades siembran antecedentes contradictorios que esparcen y acrecientan la virulencia. La prudencia y verborrea barata se entreveran. Cierto, algunos tienen determinación genuina para gobernar, imponer el estado de derecho y aplicar la justicia, pero a veces los resultados no son los esperados y la situación se agrava.

Además de los problemas de la corrupción, las bajas calificaciones de Agentes de Seguridad y de algunos mandos han sembrado mayor confusión, incrementándose así la nómina de despedidos, inconformes y desempleados, injusta o justamente. Mientras, la ciudadanía se inquieta cada vez más. ¿Qué sigue? Estos son problemas que incendian voluntades y suscitan comentarios agrios. Se ha creado un clima enrarecido y una situación difícil de resolver. Los desacuerdos enconan relaciones y desatan demonios internos.

Ejemplo de ello fue el reciente operativo en torno al Mercado de San Juan de Dios, el cual dio cauce a una serie de actos vandálicos, agresiones a la Autoridad, saqueos e incendio de vehículos; se salió de control el ambulantaje. La explicación es simple para los estudiosos: por una parte, extremada pobreza, desempleo y violencia institucionalizada para unos; y en la página de enfrente, prebendas insultantes, salarios exorbitantes, cinismo y escarnio.

Hay recuentos alarmantes que alimentan esa disconformidad social, además de las enormes diferencias económicas: una justicia que es selectiva, una educación que es excluyente, actividades comerciales fincadas en argucias leguleyas generan unas mayorías que en su hartazgo constituyen la pólvora que detona bajo cualquier pretexto en actos rabia, de poca cordura social, y que puede llegar a una explosión de furia desatada.

Pero también hay voces que exhortan hacia la consecución de la verdadera y necesaria paz y la concordia. Ahí está el Papa Francisco, quien a la vez que reconoce este problema de la desigualdad, nos muestra un aspecto muy interesante y muy evangélico: “La paz social no puede entenderse como un aquietamiento o como una mera ausencia de violencia, lograda por la imposición de un sector sobre los otros. También sería una falsa paz aquella que sirviera como excusa para justificar una organización social que silencie o tranquilice a los más pobres, de manera que aquellos que gozan de los mayores beneficios puedan sostener su estilo de vida sin sobresaltos mientras los demás sobreviven como pueden”.

Se necesita escuchar con atención, y con intención poner manos a la obra.


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