Una válida apuesta
Luis de la Torre Ruiz
México, D.F.
El libro como tal, aparte de su contenido, es arte-objeto desde su empastado, su tipografía, sus ilustraciones. No puede morir. Lo atestigua, como Editor, don Heriberto Camacho Becerra, de Editorial Amate.
Y es que la lectura de un impreso no tiene equiparación con la lectura que se hace en pantalla. El recorrido de sus páginas es algo sensual, íntimo, cadencioso. La compenetración de su escritura va acompañada de los sentidos de la vista y el tacto, por lo que su ejercicio intelectual es más receptivo, más memorizante. Podrá aumentar en millones la difusión de la edición digital, pero el verdadero lector seguirá hojeando y leyendo los buenos libros. El recreo de una librería o una biblioteca irá recuperando su apreciación.
Tempestad y sosiego
Pasada la euforia ciertamente apantalladora del libro digital, las aguas van recobrando su nivel, y el lector del libro impreso va asentándose. Acaso los lectores serán menos, pero más sólidos y conscientes. Por lo demás, no creo que la difusión digital vaya a generar un mayor número de lectores. Por lo contrario: cuando todo mundo tenga en su aparato celular millones de títulos de libros, con pasarlos por las yemas de sus dedos pensará que ya los ha ubicado todos; pero a ver cuándo irá a leerlos; probablemente nunca suceda eso. Mientras, el cerebro se llenará de información superficial sin el placer único de una lectura pausada, sentida y disfrutada a fondo. Por ejemplo, ¿qué hago con un Libro de Arte en su presentación digital?
Creo que el libro impreso es un amigo mucho más fiel y estimulante que lo que puede ser un amigo digital. Éste, se escapa, se esfuma, aparece y desaparece. El otro, está allí esperándome, dispuesto a proporcionarme placer, alegría y conocimiento. A veces, las noticias sobre estadísticas fabulosas que lanzan al infinito el ascenso digital nos parecen apabullantes y hasta nos hacen ver bibliotecas y librerías como restos arqueológicos. Pero no es así. La misma pantalla anuncia la venta del libro impreso.
Pesados testimonios
Los principales Grupos Editoriales del mundo se la juegan a favor del libro mediante concentraciones, fusiones y Ferias del Libro en distintos países, como la actual y famosa FIL de Guadalajara o como la reciente Feria del Libro de Fráncfort, donde los impresores han afrontado la crisis con valor y reconcentraciones. Por cierto, el país invitado de honor a esa Feria ha sido Finlandia, uno de los países menos corruptos del mundo, con el más alto índice educativo y de amor a los libros. Cada finlandés (de los cinco y medio millones de habitantes, apenas como la Capital de Jalisco) lee una media de 47 libros al año. En España andan por los 10, y en México, con trabajos, llegamos a dos o tres.
La literatura finlandesa (que apenas conocemos con el “Sinhué el egipcio”, de Mika Waltari) está entrando a la escena internacional. Una docena de sus jóvenes Escritores alcanza ya tirajes de millones y son traducidos a varios idiomas. Y es que Finlandia ama, de verdad, los libros. Cuenta con orgullo con un Sistema de Bibliotecas (17 por cada 100,000 habitantes) que atraen a millares de jóvenes y adultos. Es tanta su buena afición a la lectura, que son más los libros que se leen en bibliotecas que las compras en librerías.
¿Y qué tiene Finlandia para que se dé ese gusto por la lectura? Quizá una larga lucha por su libertad e independencia. No le ha sido fácil sacudirse primero de Suecia, luego del zarismo, el estalinismo, el nazismo y otra vez el comunismo soviético. Su fuerza moral está en su Religión Luterana (80%), la Religión protestante que más conserva Teología y Liturgia católico-romanas; pero, eso sí, sin ceder un paso a la Autoridad del Papa. ¿Será ese afán de independencia lo que hace que el finlandés busque su identidad en la lectura?
Por acá… como si nada
México, en cambio, aparte de su deficiente educación escolar, carece de esos incentivos para buscar en los libros recreo, ideas y conocimientos con tal de ampliar criterios y llenar las horas libres con algo más sustancioso que la Televisión. Superar los dos o tres libros anuales por habitante, parece una utopía. No hay manera. No sirven los Bestsellers ni Ferias del Libro ni Premios Nóbel ni la muerte o aniversario de Escritores famosos ni nada más que lo que se hace. Somos un país con cierta alergia a la lectura. Mientras tanto, allí estarán los títulos, clásicos, viejos y nuevos, esperando al buen lector.
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