Lupita:
Mi depresión me tiene alicaído en estos momentos, y me cuesta muchísimo ver un motivo para continuar. Sin embargo, quiero pensar que Dios me tiene aquí por algo, aunque aún no lo discierno. ¡He cometido tantos errores!… Soy un pecador de la peor calaña. He sido infiel y agresivo. Me siento inútil para mi mujer y mis hijos. ¿Qué hacer para seguir, pese a todo?
Muy estimado Alejandro:
Tú puedes empezar de nuevo. Si tu pasado no te enorgullece, tu futuro puede hacerlo. Dice Nuestro Señor: “Yo hago nuevas todas las cosas” (Ap. 21,5).
Alfonso Aguiló nos explica acerca de los hábitos mentales pesimistas que predisponen a la persona a padecer depresiones. Nuestro experto, quien fungió como Vicepresidente del Instituto Europeo de Estudios de la Educación, nos detalla en su Libro “Educar los sentimientos”, lo siguiente:
“Hay, en la actualidad, indicios claros de que la predisposición a la depresión está aumentando de modo preocupante entre los jóvenes. La tendencia patológica a la autocompasión, el abatimiento o la melancolía se presentan cada vez con más frecuencia y a edades más tempranas. Aunque la tendencia a la depresión tenga un origen parcialmente genético, éste se va potenciando por los hábitos mentales pesimistas.
“Quiero compartir la historia de un hombre que no quería vivir. Tuve el privilegio de escucharlo hoy, y creo sinceramente que su testimonio será motivador para ti.
“Su nombre es Rubén. Está enamorado de Cristo y es un gran motivador. Lo escuché hablar frente a una gran audiencia de jóvenes y fui testigo de cómo les tocó mente y corazón. Empezó haciéndonos reflexionar en las consecuencias que tiene el vivir como si Dios no existiera. Luego se presentó a sí mismo, diciéndonos que no siempre llevó ánimo y esperanza a otros, sino todo lo contrario. Hizo llorar a su madre verdaderas lágrimas de sangre:
“Mi madre rezaba, y yo llegaba tarde; ella rezaba más, y yo llegaba aún más tarde; seguía rezando por mí, y yo no llegaba… Ella perseveró incluso cuando yo decidí dejar la casa. Hoy sé que saqué amargas lágrimas de sus ojos cuando se preguntaba en dónde estaría yo, si vivía o no… Mi mundo era de lujuria; quise hacer con mi cuerpo lo que yo quería; entré al mundo de la prostitución homosexual.
“Pasó el tiempo, y yo experimentaba un vacío en mi corazón; nada me llenaba… Me sentía sucio, indigno. Dejé de creer en Dios… Me estorbaban sus exigencias. Pero yo no estaba bien. Quise quitarme la vida. Pero ese Dios, al que yo le di la espalda, me buscaba desesperadamente, hasta que me encontró. Fui a un Retiro Espiritual, y sentado hasta atrás, empecé a llorar incontrolable cuando me hablaron de la Misericordia de ese Padre que me amaba a pesar de mi pecado”.
En ocasiones es nuestro pecado el que da origen a este sentimiento devastador. ¡Una mirada de Cristo puede sanarnos! Búscalo y reconcíliate con Él.
Tus errores pasados no te definen; tu pecado no te descalifica; eres mucho más que las cosas que te han pasado; eres Hijo amadísimo del Todopoderoso. Ve a su encuentro con el corazón arrepentido y decídete a ser un hombre nuevo. Emprende el camino de tu propia santificación; esfuérzate en la reparación de tus culpas y por el bien de los que amas.
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