lunes, 24 de noviembre de 2014

A 40 años, avanzado el Proceso de la Madre Julia Navarrete

Rumbo a los Altares


Hace cuatro décadas que esta Religiosa se fue al Cielo. Fue contemplativa en la acción y activa en la contemplación; dejó ejemplo de Fe sólida, de vocación a toda prueba y de consagración total a la Iglesia.


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Hna. Bertha Alicia Uribe Montes


Julia Navarrete Guerrero nació en Oaxaca el 30 de junio de 1881. Sus padres: Demetrio Navarrete, Director de la Escuela Normal Modelo para Maestros. Su madre, Julia Guerrero, joven de bellas facciones, cristiana, devota, y ama de casa que se completaba perfectamente con su marido. Él, hombre de carácter apacible, conciliador y bondadoso. Ella, mujer recta, enérgica, ferviente católica de comunión diaria, Maestra de Canto y Piano. Julita era la alegría de sus hermanos, dos de los cuales fueron, Francisco, Sacerdote, y Juan, Arzobispo de Hermosillo, Sonora.


Preparación meteórica

Julita hizo su Primera Comunión a los 7 años y realizó estudios en su hogar con Maestros especiales hasta los 12 años, cuando entró a la Escuela Normal del Estado, donde se distinguió por su inteligencia y cualidades. Y, como ella misma señala: “Tenía yo entonces un carácter dulce, apacible; me gustaba la Sociedad, el mundo en su buena acepción; bailaba mucho, me divertía…”

Cuando cumplió 15 años, en una Confesión, sintió “como un ansia de pureza” y se produjo en ella una gran transformación: descubrió su vocación verdadera: La Cruz y el Amor. Con permiso de su Confesor, el Padre Jesuita Antonio Repiso, hizo voto de perpetua castidad a los 17 años.

Acudía diariamente a Misa con su mamá y comulgaba con profunda devoción. Instintivamente, buscaba al Señor en la Eucaristía. Se retiraba y oraba con paz, derramando lágrimas abundantes y expresando sus deseos inmensos de agradar a Dios.

Quiso ingresar a la Congregación de las Damas del Sagrado Corazón; pero, impulsada por el Padre Alberto Cuscó Mir, Sacerdote Jesuita, formó parte de una Congregación incipiente que él estaba fundando: La Cruz del Sagrado Corazón de Jesús. Ella buscaba sólo cumplir la Voluntad de Dios. Comenzó así, pues, su vida religiosa. Con 19 años, Julia quedó al frente de la Congregación; era la más joven, pero el Padre Cuscó Mir confió plenamente en ella cuando él debió retirarse.


Temprana carga, con grandes frutos

A sus 22 años, después de sufrimientos, oración y discernimiento, se separó de esa Congregación para continuar la obra del Padre Alberto, fundando la Congregación: Hermanas de la Pureza de la Virgen María Inmaculada (Misioneras Hijas de la Purísima Virgen María). Dolorosos acontecimientos tuvo que soportar; pero, con la ayuda de Dios, todo lo superó y vio consolidarse y crecer su Fundación. Hoy, sus Religiosas atienden Orfanatorios, Colegios y Misiones en varias Diócesis de México, Estados Unidos, Perú y África.

Fue una alma gigante por su amor a Dios, su intimidad con Cristo y entrega generosa a la Humanidad. Vivió el Carisma: Consolar al Sagrado Corazón de Jesús en sus dolores internos.


¿Por qué queremos que la Iglesia la lleve a los Altares?
Por su vida resplandeciente de virtudes heroicas, su Proceso de Canonización se inició en Aguascalientes el 30 de junio de 1985. Después de siete años, concluyó la primera etapa el 21 de agosto de 1992 con el título de Sierva de Dios. Fue postulada luego a la Congregación para las Causas de los Santos el 6 de marzo 1993, la cual emitió el resultado de sobresaliente por parte de nueve examinadores, quienes dieron el voto de “Afirmativo”. Recibió, por tanto, el título de Venerable, con lo cual la Iglesia reconoce las virtudes heroicas de la Madre Julia.

El veredicto concluyente de los Teólogos fue: “Su vida estuvo resplandeciente de virtudes, que maduraron en su juventud hasta hacerse verdaderamente heroicas. A través de una vida especialmente intensa y seria de oración, y con las pruebas que la Providencia y Amor de Dios le fue poniendo en su camino, llegó a un abandono total en la Voluntad Divina, a las altas cimas de la vida mística. Manifestó una conducta sencilla, diligente, equilibrada, prudente, con la humildad de la verdad y la transparencia ante Dios y ante los hombres, aceptando en silencio todas las persecuciones y calumnias o malentendidos, y sin responder con ninguna amargura, trabajando siempre según su vocación apostólica con alegría y confianza en lo que Dios quisiera disponer de ella y de la Congregación de la que se sentía responsable”.


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