CIUDAD DEL VATICANO
En su Catequesis en la Plaza de San Pedro, ante miles de fieles presentes, el Papa Francisco explicó la importancia y la necesidad de confesarse sacramentalmente, y respondió a los que creen erróneamente que basta “confesarse solamente con Dios”, sin acudir a un Sacerdote.
El Vicario de Cristo comentó: “Sí, tú puedes decir a Dios: ‘Perdóname’, y decirle tus pecados. Pero nuestros pecados son también contra nuestros hermanos, contra la Iglesia, y por ello es necesario pedir perdón a la Iglesia y a los hermanos, en la persona del Sacerdote.
“‘Pero, Padre, ¡me da vergüenza!’ También la vergüenza es buena; es ‘salud’ tener un poco de vergüenza. Porque cuando una persona no tiene vergüenza, en mi país decimos que es un ‘senza vergogna’, un ‘sinvergüenza’. La vergüenza también nos hace bien, nos hace más humildes. Y el Sacerdote recibe con amor y con ternura esta confesión, y en nombre de Dios, perdona”.
Resaltó luego que, “desde el punto de vista humano, para desahogarse, es bueno hablar con el hermano y decirle al Sacerdote estas cosas que pesan tanto en mi corazón: uno siente que se desahoga ante Dios, con la Iglesia y con el hermano. Por eso, no tengan miedo de la Confesión. Uno, cuando está en la fila para confesarse, siente todas estas cosas -también la vergüenza-; pero luego, cuando termina la Confesión, sale libre, grande, bello, perdonado, blanco, feliz.
“Es necesario confesar humildemente y confiadamente los propios pecados al Ministro de la Iglesia. En la celebración de este Sacramento, el Sacerdote no representa solamente a Dios, sino a toda la Comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que escucha conmovida su arrepentimiento, que se reconcilia con Él, que lo alienta y lo acompaña en el camino de conversión y de maduración humana y cristiana.
“Queridos amigos, celebrar el Sacramento de la Reconciliación significa estar envueltos en un abrazo afectuoso: es el abrazo de la infinita Misericordia del Padre (ACI/EWTN Noticias)”.
“El perdón no es fruto de nuestros esfuerzos, sino es un regalo, es don del Espíritu Santo, que nos colma de la abundancia de la Misericordia y la Gracia, que brotan incesantemente del Corazón abierto de Cristo Crucificado y Resucitado”.
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