jueves, 13 de noviembre de 2014

¡Creer en la Vida!

Juan López Vergara


El Santo Evangelio que nuestra Madre Iglesia nos ofrece hoy, anuncia una Parábola del Reino, con la cual Jesús inculca el sentido de responsabilidad: los dones recibidos no pueden estar ociosos, porque tenemos el deber de hacerlos rendir al máximo. Y nos exhorta a descubrir que el miedo al riesgo tiene su origen en un falso e injusto concepto de Dios (Mt 25, 14-30).


En la Escuela del Evangelio

El tiempo juega un papel importante: la Parábola trata de un hombre que llamó a sus siervos y les confió sus bienes antes de salir de viaje: “A uno le dio cinco talentos; a otro, dos; y a un tercero, uno, según la capacidad de cada uno, y luego se fue” (vv. 14-15). Durante su ausencia, “el que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió un talento hizo un hoyo en la tierra y allí escondió el dinero de su señor” (vv. 16-18).

Mucho tiempo después regresó y los llamó a cuentas. Los dos primeros, en afortunada expresión de San Jerónimo, duplicaron lo recibido en la ‘Escuela del Evangelio’, y su Señor, entonces, los felicitó invitándolos a participar de su alegría (véanse: vv. 19-23).


Empleo de los talentos

en clave de gratitud

‘Negociad’, es el concepto clave: todo talento ha de producir su interés creativo. El Señor cuenta siempre con nosotros y nos otorga su amable confianza: “No me habéis elegido vosotros a Mí, sino que Yo os es elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca” (Jn 15, 16).

El Santo Padre nos enseña: “El corazón que sabe decir ¡gracias!, es un corazón bueno, noble, que está contento porque sabe decir gracias” (Semanario, 26/Oct/2014, pág. 14).

Si empleamos los talentos en bien de nuestros hermanos, siempre en clave de gratitud, los trasformamos en una Bendición.


‘El que no arriesga, no gana’

Cuando llegó el turno al que había recibido un talento, dijo: “Señor, yo sabía que eres un hombre duro, que quieres cosechar lo que no has plantado y recoger lo que no has sembrado. Por eso tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra” (vv. 24-25). Semejante miedo brotó del injusto y falso juicio de su imagen de Dios. Aquel señor, entonces, lo llamó: “Siervo malo y perezoso”, y le reclamó el no haber hecho fructificar lo suyo (véanse vv. 26-27). “Lo mejor de nosotros no nos pertenece, porque nada hay que no debamos considerarlo como don” (G. Marcel).

Si la distribución se hizo con base en la desigual capacidad de cada uno, el juicio del dueño es de acuerdo con la igualdad: los dos primeros siervos reciben el mismo elogio a pesar de la desigualdad de sus rentas. Jesús concluyó con una advertencia (véanse vv. 28-30). En los asuntos del Reino, ‘el que no arriesga, no gana’.

Cuánta razón asiste a Robert Louis Stevenson: “La Parábola de los Talentos es el sucinto epítome de la juventud. Creer en la inmortalidad es una cosa, pero antes es necesario creer en la vida”.


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