jueves, 27 de noviembre de 2014

La relación del Seminarista con los jóvenes

Una oportunidad para crecer:


Técnicas Preseminario


Diego Silvestre Chavarín García,

2º de Teología


Durante nuestro tiempo de formación, los Seminaristas tenemos la ocasión de convivir con personas de distinta edad, género y condición; entre ellas, niños, enfermos, Sacerdotes, ancianos, Religiosas, Catequistas, etcétera. Mas hoy quiero centrar la atención en la relación que sostenemos con los jóvenes.

Son varios los momentos en que podemos propiciar encuentros con la juventud, ya sea los sábados porque vamos al apostolado a las Parroquias, ya sea en nuestras vacaciones en casa dos veces al año, en los Retiros Espirituales, en los Coros Juveniles; incluso, algunos hemos podido estar más cerca de ellos cuando hemos prestado nuestro Año de Servicio en alguna Escuela o Parroquia.


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Efecto fermentador
La experiencia de convivir con muchachos no sólo es enriquecedora para ellos, sino también para nosotros mismos. A los chavos les llama mucho la atención que alguien igual que ellos haya querido consagrar su vida a Dios, cuando lo que nos ofrece ordinariamente el mundo nada tiene qué ver con ideales religiosos. Por este motivo, se les hace raro que un joven vista una sotana.

Sin embargo, es más fácil que los jóvenes se abran a personas de su misma edad; que les cuenten sobre sus emociones, sus problemas, sus proyectos; es por eso que muchas veces se crean lazos de confianza y amistad mutua. Muchos de quienes hoy son Sacerdotes, Seminaristas, Religiosos o Laicos comprometidos en sus Parroquias o Grupos apostólicos, tuvieron, durante sus años mozos un amigo Seminarista que les sirvió de ayuda para descubrir o afianzar su vocación.

Mas, como digo, también los Seminaristas aprendemos bastante de los muchachos. Ellos nos contagian de su alegría al predicar el Evangelio; muchos llevan una vida de sacrificio en la que trabajan y estudian a la vez, y se vuelven un testimonio coherente de conducta, el cual nos motiva a poner más empeño en lo que nosotros hacemos. A su edad son, habitualmente, muy generosos, y eso también nos invita a imitar esa virtud. Incluso, algunos hasta nos hacen estudiar más, pues con frecuencia tropiezan con ciertas dudas, nos cuestionan sobre situaciones personales o sobre la misma Fe y, por lo tanto, debemos estar preparados para darles respuestas adecuadas y orientadoras.


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Animadores del ambiente

Un compañero y yo compartimos la responsabilidad de prestar nuestro Año de Servicio en una Parroquia que tiene a su cargo una escuela, y por ello nos tocó apoyar con las clases de Religión. Allí tuvimos la oportunidad de convivir con adolescentes y jóvenes alumnos de Secundaria y de Preparatoria. Tratamos de que nuestras clases fueran momentos propicios para compartir la Fe; sin embargo, algo que nos quedó claro fue que la mejor forma de acercarlos a Dios, no es sólo mediante las clases, sino a través del trato diario, por ejemplo en los recesos, y de poder platicar amigablemente con ellos.

Y esto mismo lo hicimos con los jóvenes de la Parroquia, buscando espacios para la convivencia que, aunados a otros momentos también muy importantes, como la formación, la oración y el apostolado, dieron frutos positivos. El estar con los chavales nos motivaba a preparar mejor las clases, pues cabe mencionar que constituyen un auditorio atento, pero exigente. Me atrevería a decir que fue más lo que aprendí yo de ellos durante ese Año de Servicio, que lo que ellos aprendieron de mí. En esta experiencia comprendí y comprobé que la Fe se acrecienta compartiéndola.

Creo que una Parroquia se ve más viva cuando en ella hay presencia y participación de la juventud. Es bueno, pues, que los Seminaristas la atendamos y podamos respaldarnos mutuamente, pues de esta manera se consolidará mayormente el cimiento de la Iglesia de los años por venir.


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