Juan López Vergara
El Santo Evangelio que nuestra Madre Iglesia ofrece hoy, nos recuerda una acción simbólica con la cual Jesús purificó el Templo de Jerusalén, que muestra su compromiso radical por la Causa de Dios, revelándose Él mismo como el nuevo lugar de encuentro entre el hombre y su Padre (Jn 2, 13-22).
La reedificación mesiánica
El pasaje comienza precisando que “cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús llegó a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas con sus mesas” (vv. 13-14). Con la fórmula: ‘Pascua de los judíos’, San Juan marca una distancia entre Jesús y el rito judaico.
Jesús realizó un gesto simbólico, que debemos comprender a la luz de la tradición profética: “Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del Templo, con todo y sus ovejas y bueyes; a los cambistas les volcó las mesas y les tiró al suelo las monedas, y a los que vendían palomas les dijo: ‘Quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la Casa de mi Padre’” (vv. 15-16 compárense con Zac 14, 21). Semejante acción purificatoria, además de corregir la abusiva mezcolanza de negocios y religión, se constituye en el anunció de la reedificación mesiánica del Templo.
Jesús en persona es el nuevo Templo
Los judíos pidieron un signo (véase: v. 18); pero Él los desafió con una ambigua metáfora: “Destruyan este Templo y en tres días lo reconstruiré” (v. 19). El verbo griego egeirein: ‘levantar’, ‘edificar,’ también significa ‘despertar’, y recuerda de inmediato la Resurrección de Jesús. Entonces replicaron: “Cuarenta y seis años se ha llevado la construcción del Templo, ¿y Tú vas a levantarlo en tres días?” (v. 20). A continuación, el Evangelista emplea un recurso didáctico helenístico, conocido como ‘el equívoco’, que ayuda a descubrir una interpretación más exacta de las metáforas, cuando explica que Jesús: “hablaba del Templo de su Cuerpo” (v. 21).
La Resurrección: clave
de interpretación
Al designar al Templo como ‘la Casa de mi Padre’, Jesús se presenta como el Hijo, que tiene autoridad en el Templo y sobre él. El sentido de la imagen en el Cuarto Evangelio radica en que Jesús, en Persona, es el nuevo Templo: el lugar de la presencia de Dios, lo cual sólo fue comprendido hasta después de su Resurrección (véase v. 22). Se establece, así, el principio hermenéutico que parte de la Resurrección para la comprensión del Misterio de Jesús. El pasaje se nos presenta como un claro llamado a confiar en la intercesión de Jesucristo, quien ocupa el Centro del Misterio de la Salvación. Jesús en Persona es el nuevo Templo.
En suma, si hasta entonces los hombres se construían templos y buscaban lugares donde encontrar a Dios; ahora Dios se ha hecho presente en la mismísima Persona de su Hijo, de Jesús, quien es el verdadero Templo de Dios:, “pues de su plenitud hemos recibido todos, y Gracia sobre Gracia” (Jn 1, 16).
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