jueves, 7 de enero de 2016

Renovando el amor conyugal

“Ponme como un sello sobre tu corazón, como un sello sobre tu brazo. No pueden los torrentes apagar el amor, ni los ríos anegarlo” (Ct 8-6, 7).

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María Teresa González Maciel

2016 se nos presenta a todos como un cuaderno en blanco. De él tenemos la posibilidad de hacer en sus hojas una obra, o llenarlo de mediocridad escribiendo apenas unas líneas de cosas buenas y significativas, dejando la mayoría de páginas con rayones, sin calidez, sin ternura, sin la fuerza del amor.
Uno de los propósitos que más favorecen a la persona, a la Familia, a la Sociedad, es voltear a ver el rostro de quien elegimos como compañero(a) de viaje; alguien que nos valoró y valoramos de tal forma que nos llevó a dejar la casa paterna para ser una unidad.

Los procesos naturales
Al inicio de la relación, todo parece ir bien, pues los enamorados están centrados en lo positivo, en lo bello, en lo bueno de la otra persona. Hasta parece que oímos y vivimos la frase: “Y fueron muy felices”.
Lo cierto es que toda relación requiere esfuerzo, compromiso, entrega, aceptación total del(a) compañero(a) y es necesario permitir que aflore la totalidad del otro, las zonas menos amables.
Si existe unión, comunicación, apertura, voluntad y amor, esas áreas, menos atractivas, se van sanando y superando. Esas zonas más obscuras, que despiden un olor no grato, tienen su origen, primero, en nuestra naturaleza humana, que está dañada por el pecado. Un segundo factor son las heridas que se han resentido a lo largo de la vida, y que, si no se sanan, siguen emergiendo a la superficie, con ira, manipulación, adicciones y doblez.

Una interesante búsqueda
La invitación es a jugar el juego del explorador. Permitirnos ser investigadores. Adentrarnos en la belleza única e irrepetible de la persona que amamos. Ir extrayendo, sacando a la luz toda la bondad y belleza que existen en su interior.
Y ello sólo es posible cuando este explorador está dispuesto también a encontrarse con gases tóxicos, polvo, bacterias patógenas, lo desconocido, lo no atrayente. El matrimonio que se deja guiar por la presencia de Dios, tiene la posibilidad de vivir el verdadero amor. Esto se da en la exploración, en la aceptación y amor a la persona en todas sus facetas.
¿Qué pasos ayudan al explorador a encontrarse con el rostro de la persona que eligió amar? Retomar la ilusión de los primeros días para encontrarse con la prenda amada. Algunas pautas son:
Desempolvar las herramientas de la comunicación. Dedicarse, al menos un día, una tarde, para los dos.
En lo cotidiano, mantener abiertas las puertas del corazón para que el(la) otro(a) conozca nuestro interior; compartir conocimientos, intereses, sueños.
Cuidar los detalles. Incluye el tono de voz amable, los piropos, una carta, una nota, un chocolate, una flor.
Custodiar la relación de tal forma, que lo exterior no afecte la relación matrimonial. Familiares, amigos, evitar el uso excesivo de Internet, TV., WhatsApp, Facebook, celular, Twitter… Blindar el amor de las cosas exteriores que lo puedan dañar.
Capacidad de admirarse, de sorprenderse. ¿Cuánto tiempo hace que no te sorprendes o te detienes a admirar la belleza interior de la persona que amas?
Paciencia y amor. Cuando nos enfrentamos con actitudes y zonas no gratas, mirarlas con calidez, con amor, ayudando a recrearlas en cosas positivas.
Tener la capacidad de reírse. No dramatizar los momentos difíciles. Dejar que aflore el sentido del humor.
Apoyo y ayuda mutua en el crecimiento de la pareja. La búsqueda de la superación del amado, impulsarlo en sus sueños, sus metas.
En caso necesario, buscar ayuda espiritual o psicoterapéutica a través de una persona formada en los valores y en la Fe.
El perdón y la Misericordia no pueden faltar. Ver al otro y a sí mismo con bondad, con un corazón amoroso, ante la fragilidad propia y ajena.
Eliminar la lista de agravios del pasado. Lo único que conseguimos es frenar la marcha de la relación.
Pretender que la relación permanezca siempre en la etapa del enamoramiento, de la ilusión, donde se busca que todo sea perfecto, es quedarnos atrapados en el mundo de la inmadurez, del narcisismo, del yo. Atrevámonos a dar ese paso que nos lleva a lograr remontar a las mayores alturas como personas. Que nos impulse a contemplar, valorar, vivir lo que no podríamos alcanzar encerrados en una burbuja, en un mundo de ilusión.
Jesús nos enseña, con su ejemplo, a permanecer en el amor. A no salir huyendo ante las primeras de cambio. A darnos la oportunidad de crecer frente a la propia realidad y la del amado. A mirarnos, conocernos, aceptarnos, superarnos.
El amor conyugal es la gran aventura de dos. Es una danza en la que existe la oportunidad de crecer, madurar, practicar el auténtico amor, que conlleva aceptación, misericordia, capacidad de transformarse y de colaborar en la transformación de la persona amada.

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