jueves, 7 de enero de 2016

EDITORIAL

Las periferias de Francisco en un México católico

Apenas entrado el año, concluidas las Fiestas de Navidad y Año Nuevo que todo mundo celebramos, aunque por distintos motivos, para los mexicanos una noticia va cuajando en expectativas, horarios y motivaciones: la Visita del Papa Francisco a tierras nuestras; llega al Centro y a las periferias, no sólo geográficas, sino culturales y económicas… Viene para animarnos en la Fe; llega para dialogar con nuestra realidad, para admirar y solidarizarse con la vida nacional y ofrecer advertencias puntuales.
Frente al telón de nuestra identidad como pueblo de México, nos felicitamos los habitantes de las tierras del Anáhuac, desde el Centro de la República hasta los límites de las Fronteras y más allá. Hay una alegría serena, luminosa y esperanzadora por la presencia papal. La Patria se pinta de una manera singular en sus habitantes, historia y culturas. Hay conciencia de las grandezas que nos enorgullecen con rica tradición. También dolor y sufrimiento callado; se lleva en el corazón, y en la vida pública, un elenco enorme de razones, sin razón, que entristecen la vida mexicana.
Este acontecimiento eclesial y esta deferencia para nuestra Patria deben impulsar a la Nación a tomar, con sentido diferente, las dificultades propias de este año recién estrenado. Nuestro mundo íntimo familiar y también social sufre de carencias económicas, de paz; hay ausencias graves y punzantes para la República. Esta visita es oportunidad, asimismo, para valorar y, en su caso, cuestionar nuestras organizaciones civiles, políticas, sociales. Y, por supuesto, el corazón de la vida religiosa.
Hoy, el mundo ostenta con descaro islas de superabundancia; son periferias que dan categoría para unos; son bofetada a la dignidad de muchos. Nuestra Patria no es la excepción; tenemos demasiados rostros sociales excluyentes de arriba hacia abajo y también a la inversa. Hay todavía unas periferias más graves: aquellas que nos excluyen del afecto, del amor verdadero, de la religiosidad comprometida; porque incontables seres humanos, en ocasiones, son considerados como mercancía de temporada, que pronto caduca. Hay millones de ancianitos depauperados del cuidado y del abrazo cariñoso de su propia familia. Hay miles de niños y jóvenes que carecen de un lugar en las escuelas.
El Papa trae en su agenda reciente el Sínodo de las Familias. De una manera particular, vendrá a tocar las puertas de cada hogar para animar su dignidad. La Familia Mexicana, dijeran los Sociólogos, se pinta sola. Tiene enorme riqueza de valores y características singulares que le dan grandiosidad, como también lacras que la deterioran y la oscurecen… Se habla de infidelidad; de “golpizas” caseras; de vicios que empobrecen todavía más los salarios exiguos de decenas de millones de compatriotas; de cierta religiosidad que no alcanza a devolverle su plena dignidad a la Familia.
Recién estrenado el Año Jubilar de la Misericordia, el Santo Padre ha dicho: “El perdón de la Iglesia debe ser ilimitado”. Este tema debe llegarnos a la conciencia de todos los creyentes y no creyentes. Hay, en las Redes Sociales, algunos inconformes con la visita del Vicario de Cristo. Ciertamente, vivimos en un mundo plural, y cada cual puede tener razones en pro o en contra. Como Nación predominantemente católica, todas las minorías deben ser respetables. Empero, la diversidad de creencias, culturas e ideologías políticas no debe ser obstáculo para abordar los problemas más fundamentales del ser humano.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario