jueves, 21 de enero de 2016

Cuando se acaba el vino…

Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara

Hermanas, hermanos:

El primer milagro o signo de Jesús, como le llama el Evangelista San Juan a los acontecimientos prodigiosos del Señor, y que nos narra en la Sagrada Escritura, es la conversión del agua en vino.
¿Qué enseñanzas nos deja el hecho de que Jesucristo haya asistido a una Fiesta de Boda? La primera es que el Señor, al asistir, honra la unión entre un hombre y una mujer, que lo hacen por amor. Nos dice que la unión entre un hombre y una mujer es una cosa bella y querida por Dios.
Otra enseñanza que nos deja este relato es que, Jesús, al hacerse hombre como nosotros, siendo Dios, se ha unido con nuestra pobre Humanidad en una forma plena y total, al grado de que Él es, al mismo tiempo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Esta alianza es la plenitud de todas las alianzas que Dios había tenido, anunciado y celebrado con nuestra Humanidad. Ésta es Alianza Nueva, celebrada por el amor extremo de la entrega de Jesús, a la muerte, por nosotros; es la Alianza de Dios con nuestra Humanidad, sellada por la Sangre de su Hijo.
A partir de aquí, el hombre no puede ser feliz ni tener el sentido pleno de la existencia, si no es en el conocimiento y en el Amor de Cristo. Él es para nuestra Humanidad el vino nuevo, el vino verdadero, el que da plenitud de sentido a nuestra existencia. Él es el vino nuevo que vino a traernos la felicidad, que nada ni nadie en esta Tierra puede darnos, sino Dios.
Y ahora nos preguntamos: ¿Por qué a los matrimonios cristianos les falta, en ocasiones, el don de la perseverancia y de la fidelidad?; ¿por qué a los esposos cristianos, que comienzan su unión con mucha ilusión, se les ha agotado este vino de su unión matrimonial, al grado de convertirse -a veces- en un vino insípido y verdaderamente amargo? Porque les falta beber en la fuente el vino mejor, el vino bueno, el vino verdadero, que es Cristo. A quien bebe permanentemente en esta fuente de amor y de felicidad, nunca se le agotará el amor que debe ofrecer a los demás.
Parejas cristianas que se unieron con la ilusión, el propósito y la sensación de ser eternamente felices, y que han bajado en esa intensidad, vuelvan a la fuente del vino nuevo, del vino mejor, que es Jesucristo. Vuelvan a abrevar en su Palabra, en sus Sacramentos, en la unión con Él; vuelvan a abrevar en Cristo por medio de la oración y la comunicación con Él, y verán que el primer amor del día de la boda, de la luna de miel, de los primeros días, resurgirá.
En esa Boda, además, estaba María, la Madre de Jesús, la Madre de la Misericordia. Jesús es el rostro visible de la Misericordia de Dios; Cristo es la Misericordia, y María, la Madre de la Misericordia. María estaba atenta a la realización de la Fiesta, con ojos de Misericordia, y cuando se da cuenta del apuro de los novios, busca una solución.
En efecto, Ella está también atenta a nuestras necesidades, tristezas, anhelos no alcanzados, desalientos, enojos, situaciones bochornosas que pasamos en la familia, en el trabajo, en los negocios. María nos mira siempre con ojos de Madre de la Misericordia, y está siempre pronta a decirle a su Hijo lo que nos falta, a pedirle por nosotros lo que necesitamos.
Tengamos siempre presente en nuestra vida cristiana, en nuestra vida familiar, y especialmente, en este Año de Gracia que estamos celebrando, la Misericordia infinita de Dios, y que María, Madre de la Misericordia, nos alcance de su Hijo, sobre todo, que seamos también misericordiosos unos con otros, como lo es Dios con cada uno de nosotros.

Yo les bendigo en el nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo

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