jueves, 7 de enero de 2016

¡El Cielo toma la palabra!

Juan López Vergara

El Santo Evangelio que nuestra Madre Iglesia ofrece hoy, conmemora el Bautismo de Jesús: confirmación divina de que Él es el Mesías, e imprime el sello que distinguirá cómo llevará a cabo su tarea: no desde el Poder, sino siguiendo el ejemplo de humildad del Siervo (Lc 3, 15-16. 21-22).

COMIENZA EL TIEMPO DE LA SALVACIÓN
El pueblo, expectante, pensaba que Juan el Bautista era el Mesías (véase v. 15). Entonces, el indómito Profeta declaró: “Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y fuego” (v. 16).
El magisterio esencial, la estrategia y la actitud de Jesús difieren de las del Bautista. Jesús, lejos de anunciar la inminencia del castigo (compárese Lc 3, 9), proclamó el Año de Gracia del Señor (compárese Lc 4, 19); no en el yermo (compárese Lc 3, 3), sino en las aldeas y en los poblados (compárese Lc 4, 15); y no al estilo de un nazir ayunando y absteniéndose de bebidas (compárese Lc 7, 33), sino comiendo y bebiendo con los pecadores (compárese Lc 7, 34).
Con el Bautista, culmina la Historia de Israel (compárese Lc 7, 28); y con el Bautismo de Jesús, comienza el Tiempo de la Salvación por excelencia.

MIENTRAS JESÚS ORABA,
LLEGÓ UNA VOZ DEL CIELO

Jesús se sintió afectado por la predicación de Juan: “Sucedió que entre la gente que se bautizaba, también Jesús fue bautizado” (v. 21a). San Lucas distingue entre lo que es el acontecimiento del Bautismo y la experiencia de Jesús, acaecida después, en el momento de su oración: “Mientras Jesús oraba, se abrió el cielo, y el Espíritu Santo bajó sobre Él en forma sensible, como de una paloma, y del Cielo llegó una voz que decía: ‘Tú eres mi Hijo, el predilecto; en Ti me complazco’” (Lc 3, 21b-22).
El Evangelista destaca que Jesús estaba orando cuando vino la voz. La apertura de los Cielos indica que, en Jesús, la comunicación entre el Cielo y la Tierra se había restablecido.

LA IGLESIA NECESITA
EL PULMÓN DE LA ORACIÓN

El descenso del Espíritu Santo lo muestra como el representante del Nuevo Pueblo de Dios, con el que Jesús compromete su destino coronando el movimiento preparatorio de conversión. Lucas sella la narración con determinante carácter cristológico y eclesial: Jesús se constituye en el paradigma que la Iglesia debe seguir.
El Papa enseña: “La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración, y me alegra enormemente que se multipliquen en todas las Instituciones eclesiales los Grupos de Oración, de intercesión, de lectura orante de la Palabra, las Adoraciones perpetuas de la Eucaristía” (EG 262).
Hasta el momento del Bautismo, Lucas en su relato ha mostrado a varios personajes que revelan la relación de Dios con Jesús: el Ángel Gabriel (compárese Lc 1, 26-38); el Sacerdote Zacarías (compárese Lc 1, 67-79); un Ángel del Señor (compárese Lc 2, 1-20), y Juan Bautista (compárese Lc 3, 15-18). Ahora toca a Dios mismo declarar que su relación con Jesús es de una unicidad absoluta: ¡el Cielo toma la palabra!

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