jueves, 14 de enero de 2016

Que nadie sea víctima de nadie

Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara

Hermanas, hermanos:

La Humanidad no debe esperar a otro salvador que no sea Jesucristo, el Hijo de Dios que se hizo hombre y que nació de María.
Este acontecimiento también es un símbolo, porque a partir de él, la reflexión de la Fe y la profundización en la oración, han hecho surgir, en el corazón de tantas personas, la Fe en Jesucristo.
Este hecho también explica por qué domingo a domingo millones de personas en todo el mundo nos congregamos en Templos, Capillas y Oratorios para encontrar a Jesucristo, escuchar su Palabra, ofrecerle nuestros dones, necesidades y peticiones, porque en cada una de estas celebraciones reconocemos que no tenemos otro salvador en la Tierra, que no sea Jesucristo, el Hijo de Dios e Hijo de María.
Contemplemos la imagen de Dios, que quiso tener un cuerpo como el nuestro, que siendo Dios, quiso estar en el seno de una mujer para nacer y para nuestra Salvación.
¿Por qué Dios quería un cuerpo como el nuestro? ¿Por qué Dios quiso hacerse hombre como nosotros? Porque sólo teniendo un cuerpo como el nuestro y una condición humana como la nuestra, Dios podía darnos la muestra más grande de su Amor.
Cristo quería un cuerpo para ofrecerlo -después- en la Cruz. Él necesitaba un cuerpo para darlo como prueba de Amor por nosotros.
Un espíritu no puede padecer, no puede sufrir; sólo un espíritu encarnado, sólo Dios, hecho hombre, podía darnos la prueba máxima de su Amor. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos, y Cristo, siendo Dios, la dio por nosotros.
Dios es solidario con nuestra condición humana, con todas sus pobrezas y limitaciones, miserias; inclusive con sus enfermedades; fue solidario aun en la misma muerte.
Queremos abrir nuestra mente y nuestro corazón a Dios Amor; pero, al mismo tiempo que acogemos al Señor, también queremos comprometernos a ser, en nuestra vida, la expresión de Dios-Amor para con los demás. Es la misión que tenemos en esta Tierra, es el compromiso que tenemos hoy, siendo verdaderamente conscientes y responsables de esta tarea que el Señor nos ha confiado.
Nada puede comunicar a Dios tanto como la convicción humana vivida en su esplendor; es decir, que nadie sea víctima de nadie; que nadie padezca la agresión de nadie. Sólo en la libertad y en la dignidad de seres humanos podemos ser gloria de Dios y manifestar su gloria. Por eso, la dignidad del hombre es tan grande, porque Dios se hizo verdadero hombre como nosotros.
Hay que defender la dignidad de cada persona, hay que custodiarla y protegerla de todo aquello que la amenace o que la denigre. La dignidad de la persona es la manifestación más clara y más contundente del Amor y de la Misericordia de Dios.
Al mismo tiempo que encomendamos a Dios a todas las personas que velan por nuestra seguridad, preservando nuestra dignidad, en esta tarea tan delicada, queremos agradecerles a nombre de la Sociedad, porque su trabajo es generoso, sacrificado y de mucha exigencia, de día y de noche, todos los días del año. Queremos agradecerles y pedirles que sean atentos a las aspiraciones y anhelos que en la Sociedad tenemos, de vivir en paz, en armonía, para buscar un auténtico progreso para todos.
Que Dios se manifieste en lo más profundo de nuestro ser, y que lo acojamos con humildad, con alegría y gozo, pero que también nos sintamos comprometidos a darlo a conocer en nuestra vida y en nuestros actos.

Yo los bendigo en el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo.

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