jueves, 21 de enero de 2016

A Dios se llega en lo ordinario… también en el Seminario

En vida de Comunidad

Seminario Mariachi

Gustavo Adolfo Verdín Armenta,
3º de Filosofía

La vida de todo cristiano debe tener como principal propósito encontrarse con Jesús, y durante el paso de los años se van aprendiendo diferentes formas para llegar a este objetivo, como son la oración, el apostolado, el estudio, la diversión, entre otras, en apariencia muy distintas, pero todas necesarias en la vida de cualquier hombre o mujer que quiere seguir a Jesús.
Obviamente, el Seminario no puede ser la excepción y, por lo tanto, se busca que cada momento sea una oración agradable a Dios. En un horario en apariencia rígido y rutinario, es posible encontrar el rostro amoroso de Aquél que nos ha llamado a seguirlo, y descubrir cómo sólo Él es capaz de llenar de luz y alegría cada momento.

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LA AGENDA COTIDIANA
En el Seminario, la hora de levantarse es a las 5.45 de la mañana, y todo inicia con un timbre que nos indica que el día comienza, y la primera actividad es la consagración a la Virgen Santísima con el rezo del Ángelus. Posteriormente, se dispone de 30 minutos para el aseo personal y ordenar cada quien su propio cuarto. A las 6.15, siguen las primeras oraciones, llamadas Laudes, que pueden ser comunitarias, personales o por equipos o grupos, dependiendo del día de la semana, y tienen una duración aproximada de 20 minutos. Enseguida procede uno de los momentos fundamentales del día: la Meditación, que consiste en un diálogo personal con Dios, en el que nos da su Gracia para responderle con generosidad en el día que principia.
A las 7.15 se participa en la Santa Eucaristía, que para todo cristiano, y con mayor para el Seminarista, debe ser el centro de todas sus actividades, de tal forma que él mismo sea una Eucaristía para sus hermanos, capaz de servir, acompañar, compartir su misma vida con los demás.
Después de haber alimentado el alma, es necesario nutrir el cuerpo, y a las 8 se sirve el desayuno en el Refectorio o Comedor, y luego de éste, se efectúa el aseo de la Casa, atendiendo a la asignación previa de responsabilidades por áreas o tareas.
Acto seguido, llegamos a otro momento importante de la jornada: las clases, que van de las 9 de la mañana a la 1.30 de la tarde. El hombre en la actualidad tiene que dar razón de aquello en lo que cree, y el Sacerdote no se excluye. Por ello, los futuros Ministros deben prepararse con dedicación y esfuerzo; pero esto no significa que la oración y la presencia de Dios queden relegadas a la Capilla, sino que, por el contrario, el estudio y las clases deben remitirnos constantemente a Aquél a quien seguimos. Es así que las horas de clase, aun cuando exigen concentración y rigor intelectual, no quitan la oportunidad valiosa para encontrar a Dios en lo ordinario.
Al terminar las clases, pasamos al Comedor, en donde se comparten los alimentos y se disfruta un momento agradable de convivencia con los compañeros. Al finalizar, se hace una visita al Santísimo para agradecer los dones recibidos hasta ese momento. A las 2.30, se llega a una de las distribuciones más esperadas: el deporte, en el que se practican diferentes disciplinas, según los gustos y habilidades personales, como el futbol, baloncesto, voleibol, natación, tenis, ping-pong, o simplemente correr y estirar un poco los músculos.
A las 4.30, se marca un lapso para estudiar y, como diría San Josemaría Escrivá: “Para el apóstol moderno, una hora de estudio es una hora de oración”, así que los Seminaristas hacen de su estudio también un tiempo para Dios.
Casi llegando al final de la jornada, a las 7.15 de la tarde, se programan diversas actividades, según el día, que pueden ser desde tiempo adicional de estudio, hasta la Adoración Eucarística de los jueves o el Rosario Comunitario en viernes, y se concluye con la cena a las 8 de la noche. Después, un poco de tiempo libre, hasta llegar a las últimas Oraciones a las 9.30.
Como se puede ver, en un día común en la vida del Seminario, es tarea de cada Seminarista encontrar a Dios en lo habitual, sabiendo que sólo Él puede llenarlo de color, alegría y Gracias. Y es que la rutina se convierte en una carga, sólo cuando Dios es excluido del tiempo y de las actividades.

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