jueves, 7 de enero de 2016

La indiferencia no va con la dignidad de los hijos de Dios

Cardenal José Francisco Robles Ortega,
Arzobispo de Guadalajara

Hermanas, hermanos:

Dios tiene piedad de nosotros, dándonos a su único Hijo para que sea nuestro Salvador, y también dándonos a María como Madre.
¿Podríamos esperar Bendición más grande, que la de tener a Jesucristo como nuestro Salvador y que la de tener a María como nuestra verdadera Madre? Es una Gracia que Dios nos concede porque tiene piedad y Misericordia de nosotros, porque tiene misericordia para con nosotros; es un regalo a nosotros, sus hijos, al inicio del año.
Pero, ¿qué hace falta para que esta Gracia, esta Bendición, produzca su fruto en nuestra vida? ¿Qué debemos hacer para que estas verdades de nuestra Fe tengan repercusiones en nuestra vida personal, en nuestra vida familiar, en nuestra vida de trabajo y en nuestra vida toda? Hace falta que estas verdades las hagamos tema de reflexión, que las meditemos, las hagamos nuestras, las guardemos en nuestro corazón, con una convicción de Fe, como lo hizo María.
¿Qué significa que Jesucristo, el Hijo único de Dios, se haya hecho hombre y haya nacido para salvarme a mí, para salvador a todos? ¿Qué significa, en mi vida concreta, esta verdad? ¿Qué cambia en mi manera pensar, en mi manera de actuar, en mi manera de relacionarme con los demás?
Si no hacemos este ejercicio de profundizar, de meditar, de asumir estas verdades, nuestra vida puede ser la misma; seguiremos cometiendo los mismos errores, las mismas faltas y pecados, y nada cambiará en nuestra vida. Nuestra Fe compromete todo nuestro ser, nuestro pensar, querer y actuar.
Al estar iniciando este nuevo año, tenemos la satisfacción de experimentar que Dios nos bendice, que tiene Misericordia para con nosotros. Tenemos esta experiencia, pero necesitamos que los días de este año los hagamos corresponder con lo que nos inspiran estas verdades de nuestra Fe.
El Papa Francisco, con ocasión de la Jornada Mundial de la Paz que la Iglesia celebra cada año, nos dirigió un mensaje titulado: “Superemos la indiferencia, para conquistar la paz”. La paz no sólo se ve amenazada con la guerra y el estruendo de las armas; también se ve amenazada por la indiferencia que hay en nuestros corazones.
Podemos estar completamente informados de lo que está sucediendo en el mundo, pero ante los conflictos y las guerras, desgraciadamente en nuestro corazón puede haber una actitud de total indiferencia, que no importe si en otros países se estén matando. Pensamos que están muy lejos y, por lo tanto, no nos interesa; creemos que no nos afecta. Ésa es una expresión de la indiferencia.
Pero esa indiferencia puede darse también en ambientes cercanos a nosotros. Así, por ejemplo, si en determinado Estado de nuestra Patria el crimen organizado está muy activo, cometiendo secuestros, violaciones a los Derechos Humanos, desapariciones y muertes, pero no es el nuestro, puede ocurrir que en nuestro corazón haya una total indiferencia. Nos es indiferente, nos tiene sin cuidado, mientras no llegue a nuestra zona.
También a nivel familiar. Aquí, entre nosotros, hay familias que han perdido seres entrañables, hijos, esposos, familiares cercanos, por desaparición. Y tenemos que reconocer que muchas veces nos comportamos indiferentes ante esos casos. Parece que, en el fondo, decimos que ‘mientras no le toque a mi familia, a mí me da igual’.
Tenemos que superar la indiferencia si queremos alcanzar la paz. Podemos superar esa indiferencia teniendo misericordia y compasión de los que sufren, si nosotros desarrollamos en nuestro corazón la misericordia, como la tiene Dios con nosotros.
Dios no es indiferente a lo que nos pasa, a lo que sufrimos, a lo que nos duele, a lo que pecamos. Él nos responde con su infinita bondad.
Si queremos la paz, tenemos que luchar en nuestro interior primero, para vencer la apatía que ocupa nuestro corazón, para luego vencer esa desidia que flota en la misma Sociedad.
Hay eventos que, aunque sean dolorosos, vergonzosos, o una amenaza a los Derechos Humanos, como Sociedad los vivimos con absoluta indiferencia; no nos mueven a compasión. No nos mueve a misericordia lo que sucede a muchas personas en su vida, en su integridad, en su falta de trabajo, en su falta de posibilidades.
Pidámosle a Dios que nos transforme para que superemos la indiferencia; que en este año vivamos nuestra dignidad de hijos de Dios y trabajemos por conquistar la paz tan anhelada, tan necesaria, tan buscada y tan querida por nosotros.

Yo los bendigo en el nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo.

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